Un portavasos en mi mesa de noche

Bailando a las 00h25

Cuando me senté a trabajar con un amigo/colega, un lunes hace unos meses, aún estaba cansada del fin de semana en el que, bueno, ocurrió una y otra cosa, y… “qué noche más dantesca”, me dijo él. 

Es cierto: un acelerado descenso a una especie de infierno de Dante à la Malcom Lowry, mediado no únicamente por los estupefacientes sino también por el dolor corporal causado por alguna conjunción de neptuno en piscis, me enteraría luego, en sesiones de astrología y tarot. En fin.  

Llevaba la semana acumulada en la espalda alta adonde mi cuerpo anida quejas, e iba a cumplir 24 horas de no estar en casa, porque ese viernes que me regalé una velada en casa de una amiga, con el típico despilfarro de parábolas y emociones, y las risas estridentes, no tuve la energía de regresar al apartamento que ¿acaso es mi casa? Es un cuarto en el que no cabe nadie más y a duras penas me encuentro. Me saludan dos postales de Kerry James Marshall en las paredes casi vírgenes. He cambiado 12 veces de domicilio, y escribo desde mi condición de extranjera, nueva; sin familia ni gatos. De la casa de esta mi amiga a una jornada de sentarme en una mesa y representar a una organización, en medio de un foro. Desfile de rostros y algunos diálogos, y por allí me enteré que habían pupusas cerca. Regresé al apartamento con dolor de vientre y recuerdos y tarjetas de presentación, a agarrarla suave un ratito antes de salir. La contractura en mi cuello se quejó, pero le dije que Tranqui, solo me tomaría un par de cervezas con una amiga. “Ay sí, chera, yo también quiero algo tranquilo.” 

Queríamos platicar, y lo hicimos, pues después de una cervecita con cigarro en su terraza, avanzamos hacia el set de un video; y me llevé una copia de una publicación feminista que encontré por allí. Un saludo, no más, antes de irnos a sentar y oscilar entre temas de su vida y de la mía. Nos conocíamos ya, sin conocernos. Nuestros cuentos se conjugan y hablan fuerte. “¿Vos querés comer?”, no, porque la negligencia se lleva bien con la indulgencia. 

Debí de haber sabido que se iba a alargar la noche con cada cerveza, porque son las ámbar con notas amargas que mejor combinan con el refugio de palabras, y no me tenés que torcer mucho el brazo, ¿ah sí, a vos también te pasa? Nos interrumpieron la plática en el área de fumadores, nos tomamos lo último y “vámonos todos”. Pisé un bar con olor a cenizas y a fondo de botellas, oscuro pero abierto a que nos sentaramos haciéndole un guiño a las noches que hemos perdido en el Barbass, los secretos detrás de la boca sellada, porque hay cositas que son para contar en otro momento. Y así, con los nuevos aleros y los desconocidos que se nos sentaron a la par, la plática que había dado vueltas y círculos siguió. “Las mejores historias se asientan en los litros de Gallo”, dice un texto que escribí casi igual que este. La confianza es un imán para que otros se acerquen. Pero el metal me hacía gritar y ya no me cabía más, y me fui haciendo pasiva. Esperaba que se acercara a mí el prometido descanso que implicaba una noche tranquila. Era tiempo de irnos, pero no de parar, sino de bailar cumbia en la calle al son de los 15 años a los que no estábamos invitados, mis pies mojados por la amenaza que irriga las calles de mayo, inmune a los charcos pero vulnerable a los gritos del cuerpo. Se pronunció mi dolor de camino al último par, una cerveza más es una falsa promesa que me he dicho antes, que me llevó una vez a una llanta pinchada, el choque de las conversaciones más incómodas. Mi “una más” sería solo un vasito de mineral. 

Yo no oculté mi malestar, pero tampoco se fue algo que se interpuso. Así, en la madrugada, con tabaco y migraña, pedí explicaciones: ¿me estás diciendo que platiquemos un día, o querés que me vaya con vos a tu casa? El semi-desconocido se rehusó a hablarme claro, pidió absenta y me dejó un portavasos con su e-mail, para completar la farsa. Así no hago las cosas. Las hago sin indirectas, si lo deseo, y sin el cuerpo debilitado. Las mentiras no son buenos atajos. O era que mi mente estaba muy lúcida y mis ojos aún están acostumbrándose a los sonidos y sombras que animan las cuadras, esquinas, barras y baldosas de noche. Cogí el portavasos y le di la espalda, por encender nuevas conversaciones de un “mucho gusto” genuino. 

Cedí a apagar la mente de a poquitos con tequila y sangrita, un cierre para acompañar el inicio de amistades. Las luces de la calle estaban indecisas, pues ya la mayoría estaban o refugiados en alcobas o dormidos en otros bares. Me esperaban solo algunas horas de sueño, pero no muchas. Debería dejar de verlo todo como un viaje: este descenso es solo parte de un nuevo hogar, aquel sábado que la pasamos alegre, que se nos fue un poco la mano, pero que nunca dejamos de sentir confianza y seguridad. 

¿O es que mi cuerpo me pide que cambie de vida, de nuevo? “¿Cuántas vidas has tenido ya, Paty?” Creo que mas bien me pide antídotos, y no le he pegado a la receta, porque no elimino de mi dieta las actividades extenuantes. Continua [el viaje], aunque algunas noches se pierdan, y otras me las quede yo solita. En todas, por ratos, se quede tirado el dolor de cuello. 

El portavasos se quedó a vivir en mi mesa de noche y en mi escritorio. Amovible, no dejó de albergar mis tazas de café y de té, ni de recordarme a ¿a quién se le ocurre hablarme con pretextos? Nunca usé el email de este tipo que intentó disimular su acoso con la intención de platicar, pero ahorita ya perdí el portavasos. No sé qué se hizo. Debí de traerme uno de la vez pasada, de la noche que salimos mi amiga y yo. Nos movíamos a la calle a fumar, y quedaba el portavasos en nuestra mesita [de otro bar, del bar en el que nos reencontramos]. “Restos de ayer, mujer”, me dijo por whatsapp cuando me mandó la foto de Ron Botrán, el portavasos cuadrado con negro que arrulló nuestras cervecitas medidas por mezcal. “Este es un espadín joven”, y otras cosas dulces. 

Regresando a las 3h33

Paty Trigueros

105 lbs, Sagitario, 1m56. Paty Stuff son las cosas que llenan mi agenda, las reseñas y anécdotas que lo recuentan. Hablo español, inglés, francés y spanglish. Me exilié en Francia por cuatro años y al regresar caí en copy publicitario, entre otras cosas. Redacto, escribo, traduzco, me río, tomo mucho café, soy una fumadora de medio tiempo y como como señorita pero tomo caballero.

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