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** Llorarás al no verme ** |
este es el borrador de una conversación conmigo misma de agosto de 2019
Estoy oyendo una canción que se llama “Much Better Off”, lo cual me parece súper oportuno, porque justo hoy estaba tenía ganas de irme a sentar a la barra y escribir sobre rupturas. ¿Por qué hoy? ¿Será la luna? [“Ustedes siempre le echan la culpa a algo! Que la luna, y el eclipse…” y sí, de hecho mercurio retrógrado estaba pegando fuerte y Urano está por allí transitando también para obligarnos a sanar. ¡Nada como sanar a la fuerza! Como cuando me enfermé del páncreas, pero esa es otra historia [que he contado muchas veces].
Y ahorita suena Diana Rosss “Love Hangover” y me transporta simultáneamente a una escena que no existe de yo bailando, sudando y gozando en Studio 54 y, a la vez, a la imagen real de morir del frío en un apartamento en Burdeos mientras, en compañía de Kalani y bajo influencia marijuanezca, veíamos videos de Diana Ross.
“How old is she?”
“She’s timeless, Kalani. That’s how old she is.”
Y cuando nos atravesamos un video de una canción (cuyo nombre siempre se me olvida a pesar de haber crecido oyendo el CD Diana Ross greatest hits religiosamente después del colegio por 4 años), me dijo que eso iba a hacer un día que yo cortara: me iba a cantar esa canción como una corista de The Supremes, al son alegre de cualquier canción pop que matiza el dolor. ¿Acaso no se acuerdan de la reflexión de Rob en High Fidelity? “Which came first, the music or the misery?”
De hecho, esto va muy bien con el tema de ruptura: High Fidelity de Nick Hornby abre con un narrador reflexionando sobre sus relaciones/rupturas, a la luz de su más reciente ruptura. En la película, esto es representado por John Cusack viendo a la cámara y saliéndose así de la condición de narrador y pasándose a una situación muy “breaking the fourth wall”, conservando la condición narrador-personaje que planteaba Hornby…
¿qué estaba diciendo?
Ah, sí: el personaje de Rob dice que es imposible que su ruptura posmoderna lo afecte de la misma manera en la que lo afectaron ya los anteriores. Sobre esa premisa, avanza la historia un poco episódica, un tanto actual, de alguien soltero en sus 30’s. Tiene reflexiones humanas que parecen sencillas, metáforas sentimentales, y me permite viajar a estos momentos de ataduras y de diferencias entre personas y dinámicas, cerca y lejos. “Un día, escribiré algo así, pero de mi vida.” Y mientras tanto, haré una entrada en mi blog.
Quizás no sea solo porque el tema me encanta y amo cuando suena “50 ways to leave your lover” de Simon and Garfunkel, sino porque recientemente/casi-que-ayer me preguntaron por mis historias de rupturas. La persona que tenía enfrente estaba pescando una historia dramática, quizás, pero la verdad es que mis dramas solo son raros y no tan mainstream. Quería saber cuándo ha sido cuando más he estado destruida. No puedo decir cuál ha sido la vez que más me he sentido así, pero sí puedo contar algunas de las formas y formatos que han tomado mis breakups. Solo, al menos, para hacer este ejercicio de radiografía y encontrar un diagnóstico à la High Fidelity y entender dónde situarme en función de las rupturas.
Cuando me preguntaron, conté a medias la historia de yo y un amigo tomando mini botellas de Coca-Zero en San Blas. Era semana de agosto, Coca-Zero era algo nuevo en el mercado y, en una activación de marca, estaban regalando baby Coca-Zeros y descubrimos que ese veneno va muy bien con las confesiones e historias de desamores. Él me contó y revivió la suya, y cerró con: “Yo a vos no te imagino desmoronada.” Y yo le dije “Ah, como no! Sí, sí yo me desmorono… De hecho, la última fue hace poco […]”
Y le conté de:
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Aquella vez que, adentro de un carro, agarré el valor de inelocuetemente decirle a mi querido ex que qué ondas, pues, ¿cómo así que en público no me agarres ni la mano? ósea, ¿me entendés? Esperando que él entendiera que eso significaba que yo quería algo un poquito más digno, un tanto más concreto, y que si no, la verdad, mejor no tener nada. Nunca ocupé las palabras “Todo o nada”, y no lo quería todo, la verdad; pero sí hubiera preferido que no me dijera “Pues, no. O bueno, quizás… pero no, la verdad no” porque ya habíamos intentado y bla bla bla. ¿Y qué pasó después? Me dijo que si nos veíamos jueves para jugar mini golf, lo cual no tiene sentido hoy en retrospectiva, porque no juego mini golf; ni tuvo sentido en ese momento. Respondí “¡Vaya!” Por dentro le dije “¿Qué te pasa? ¡Me acabás de romper el corazón!”, y todo en cursiva pero en mute.
Subí a mi cuarto a escuchar Ella Fitzgerald & Louis Armstrong “Learnin’ the blues”, traté de hablar por teléfono y escribí en mi diario. El duelo era más porque en mi ficción, estos dos amantes exnovios en la universidad y amigos del colegio, terminaban juntos al final. ¿Qué iba a hacer con mis personajes?
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Ese día, en la playa con mini Coca-Zero en mano, me preguntó mi amigo que y ahora qué ondas? ¿Sentía mariposas? Y lo pensé.
–Siento eso que eran mariposas, pero ahora es náusea.
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Pero hay una anterior, con el mismo chico, que determinó el curso de nuestra amistad que siguió: cortamos por email. Envié un correo torpe, a la luz de no tener celular y no poder esperar a que él me viniera a verme. Él contestó tres días después. Yo estaba en Toulouse fumándome un cigarro. Tomé vino. La vida siguió.
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Con este mismo chico no fue exactamente que cortamos, ya que nunca volvimos, pero más-o-menos sí fue nuestra ruptura #3: hemos sido amigos, pero somos más que amigos, y [lo mismo de siempre]. Viendo Madagascar 3 en el sofá de alguien más, no me quedó claro nada, o qué hacer después, entonces me dije “mientras yo no sepa qué ondas, me voy a alejar.” Un poco más cuerdo que el mecanismo recurrente de evadir la realidad.
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Hay rupturas tan raras y tortuosas que son difíciles de resumir, y por ende difícil de contar. Era el día siguiente después de mi cumpleaños, había un batido de frutas, y habían habido momentos de “¿Qué diablos le pasa a esta persona?” Ya no quería saber la respuesta. Adiós.
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El que vino después me había empezado a mandar emails y mensajitos al celular años atrás, pero no se reanudó hasta una Navidad en la que terminamos oyendo Incubus románticamente con el aval de mi prima-chaperona-matchmaker. Meses después, estaba metida en una relación mediocre con alguien que se perdía y desaparecía. Mi táctica para romper, esa vez, fue: dejar de hablarle.
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Eventualmente me encontré en conversaciones y citas con un no-novio hasta que dije ya, basta, esto no es divertido y no va para ningún lado. Seguí el siguiente consejo: “¿Por qué no solo le dejas de hablar? Si le hablás, o si le dejas de hablar, conseguís de las dos maneras el mismo resultado que es dejar de salir con él.”
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Cada vez que opto por lo que ahora se llama ghosting, me he dado cuenta que eso es un falso final porque después viene el post-breakup talk.
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Mi primer post-breakup talk fue cuando tenía como 14 años (¿o eran 13?), cuando mi noviecillo con quien habíamos durado dos días agarrados de la mano me reclamó por haberle pedido tiempo y luego, pues, no volver. “Mejor no hubiéramos amarrado.”
La dialéctica de toda esa relacioncilla, orquestada por terceros, merece su propio texto, al menos para que con el tiempo no se me olviden los detalles de un mini cortejo, muchos chistes, vergüenzas y una amistad que sigue. El set: un rancho en el mar, hamacas y arena.
Mejor no hubiéramos amarrado. Nos hubiéramos saltado los recuerdos de consejos y conversaciones de ¿quién te gusta? ¿qué vas a hacer? ¿caminaron en la arena? e ir directo al altiplano de amistad en el que ahora nos movemos.
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Corté por teléfono. Él sabía la conversación que iríamos a tener, e insistió en tenerla ese lunes por teléfono. Era lunes.
Me fui a La Ventana a tomarme una cerveza. Me tomé 3. Dormí profundamente.
A los días, salimos a hablar con la excusa de desayunar. Era domingo.
Me fui a tomar una cerveza en la tarde. Las mujeres de experiencia me dieron consejos. Me tomé 3. Dormí profundamente.
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Entre mediados de mayo del 2015 y octubre, corté mil veces. No me arrepiento de la primera vez que volvimos, a ver si funcionaba, ¿verdad? Pero las demás fueron innecesarias. Él me dejó, y volvió. Luego, nos dejamos.
Antes, me fumé un cigarro (o dos? o tres?) con un amigo, en la terraza de la casa de sus papás y medio hablamos de muchas cosas. Matías, yo creí que las cosas iban a ser smooth-sailing a este punto. Que conforme te hacés más viejo, no sé, las relaciones se vuelven más sencillas, y o funcionan o no… Y él me dijo: Paty, it’s never smooth-sailing… Es cuando las cosas están bien que deberías preocuparte.
Sí, ¿veá?
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“Necesitás un “Lay lady lay”, me dijo Matías.
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Un señor una vez le aconsejó a alguien: “Mándale por Facebook la canción de Bob Dylan ‘Don’t think twice it’s alright’, a ver qué te dice”, en plan ruptura amorosa.
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A lo largo de nuestra amistad, nos dio por cenar juntxs después de una ruptura. "Venite, vayamos a cenar." Arroz bizmati, samosas y paneer butter masala. A veces, de bebida, limonada con yerba buena. Él cortó, yo corté, yo amarré, él amarró, él cortó, yo corté; yo volví, volví a cortar; él volvió, él cortó... Siempre cenamos comida india.
Y aunque no fuera por una ruptura, sino sentados en la alfombra haciendo tesis o poniéndonos al día porque tenemos ratos de no vernos, siempre que se nos antoja comida india le llamamos breakup food.
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Cuando no estás emocionalmente disponible, ni cuenta te das de qué sucede alrededor tuyo. No ves si hay un fiel creyente en Krishna confundiendo el hecho de que ambos no saben bailar con una señal del universo. No ves las flores que te extienden, ni el significado detrás de llamadas a las 5 AM. Solo vas por la vida creyéndote inmune a la soltería, intolerante al amor… Pero un día (quizás porque los eneros de Bordeaux eran particularmente duros), me dije Ay, ya quiero novio. Pues, hacían ya casi tres años de no tener pareja… Pero después, una noche a solas con mi computadora (la Dell Inspiron del 2007 con quien tuve una relación enfermiza), caí en cuenta de que tener 3 años de no tener pareja significaba 3 años de no cortar. La verdad, no tenía prisa de volver a cortar.
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La verdad, no tengo prisa. Así estoy bien.
Siento que necesito un párrafo para cerrar este recuento de rupturas, o una anécdota. O una canción, al menos. Como “Times moves slow”, de BADBADNOTGOOD. Pero mejor un párrafo.
A woman came into the bar the other day with her two teenage kids and a bottle of tequila. It was official: she was divorced. I arrived later and we raised our glass together. I grabbed her lighter. We smoked cigarettes. She smoked. As of that day, she was single. I didn’t ask why it had taken so long. I remembered effervescently the night I came home after the university to that house I rented in Talence, when my best friend was visiting my roommate and I, on the day my Dad called me with ta news. “Your mother and I are officially divorced.”
“Paty, tenés que salir hoy”, me dijo. Ella no quería salir. Bueno, ni modo. A celebrar que es una solución a un problema. Las separaciones no tienen porqué ser un problema.
No recuerdo con quien hablé al principio. Me asomé a la barra del Dick Turpin’s, como de costumbre. Un tipo me andaba buscando. “Preguntá por ella en el Dick Turpin’s; es una salvadoreña.” ¿Quién me estaría buscando, en el bar al que iba siempre? Me lo señalaron, “es él.” ¿Quien sos? Y así conocí a Emiliano, el tipo que me enseñó The Mighty Boosh y que luego me robó una maleta (pues, después de cortar no me devolvió la maleta que tomó prestada para salirse del apartamento de su ex.)
Debí haber sabido que no iba a funcionar desde el principio.
En fin, esos son mis párrafos de despedida: hoy aún me dicen cosas como “Paty, ayer fui al bar y pensé que te iba a ver”, pero ya no ocurre en el Dick Turpin’s, porque ya no vivo en esa casa en Talence; y aún brindo por nuevas experiencias y, ajá, esas son [solo algunas de] mis viñetas de rupturas.
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** El Renacido ** |