Bad of may part II
Bad of may: percepción del mes según tu odio y/o responsabilidades.
Mayo en Francia no era tan malo, ahora que me acuerdo. Era primaveroso y caluroso. Me daba permiso de usar jeans acampanados y sandalias, con blusas floreadas y flojas que combinaban con mi pelo Janis Joplin. Cuando el clima te deja, te hace señas de que termina tu libertad condicionada porque suben las temperaturas y deja de llover y te dice “Ok, you may go”, hacés cosas que habías olvidado que podías hacer. De repente estás en un parque del otro lado del río y le decís a Gabriel que se quite la camisa si quiere, está bien; como que andan en la playa, y ellos fumaron y tomaron café o té oda la tarde. En mayo no era descabellado sacar al jardincito la alfombra de Ikea y algunas almohadas, hacer un pequeño rincón e irnos a hablar, o no, no hablemos. Allí estoy relajando mi espalda escuchando el silencio de nuestra amistad, viendo para el cielo en una especie de pausa o recreo. ¿Qué estamos escuchando? I used to have a very close relationship with The Kinks.
Mayo, el mes con miles de días feriado en Francia –Pentecôte, el día del trabajo, el 8 de mayo… Es que en mayo habían vacaciones, además. Siempre me pareció un poco absurdo que el ciclo universitario terminara tan temprano y que me escupieran las clases a mitad de mayo, vaya, ya estuvo… y desde allí en el panorama veías 1, 2, 3, 4 meses de vacaciones. ¿Qué voy a hacer por 4 meses? (La respuesta, en retrospectiva, era: entregarme a la indulgencia) El Hotel California de los 19 y los 20 termina, afortunadamente, pero la invitación coqueta de mayo seguía, permanente. Mayo te dice Salí, venite, salite de la cama y date una vuelta por el parque… Andá a No-sé-dónde, que hace ratos no vas. Júntate con todos, que toda la terraza del bar está lleno de tus amigos y será vuestro. Una piazza topeada con arúgula y cerveza al aire libre, y los callejones empedrados llenos de gente guapa casualmente allí, tomando vino y cigarros afuera de los bares pequeños.
Pero no siempre había gente en estos días de mayo. Habían días de brunchear café y cigarros escribiendo en mi computadora, la casa vacía, y las ventanas abiertas para hacerle algo de caso al buen clima (que insiste en que salgás). También habían caminatas sola –pues, mini-caminatas– interrumpiendo los muros con fachadas viejas para irme a meter a tomar té, porque habían varios lugares de té. Eran lugarcillos llenos de diferentes colores y proporcional a la variedad de colores era la diversidad en la carta de tés. Son inconfundiblemente más conocedores del mundo que uno, pero nunca aprendí nada de ellos: aún no he alcanzado a ser el tea snob al cual aspiré acercándome ávidamente a estos salons de thé.
Pero, ojo, sí aprendí a hacerme una limonada. Un día entró, por las mismas ventanas que dejaban asomarse este clima divino, demasiado calor. Mi paladar extrañó a los picheles de limonada helados que me recibían después del colegio. ¿Cómo diablos se hace una limonada? Mi primer intento había dado un resultado muy ralo y ácido. Pero quizás si le pongo más limón esta vez, y un poco más de azúcar…. y me fui, con mi vaso de limonada recién hecha, a encaramarme a la ventana abierta (era mi balcón que nunca tuve). A menudo tengo ganas de irme a ese día de mayo, cuando aprendí a hacer mi limonada noches de gripe o días de calor; en una pausa refrescante con silencio de ese momento perezoso de la tarde.
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Bordeaux, mayo de 2007 |
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