Lecciones cumpleañísticas

diciembre 1998
diciembre 2008



Yo llegué a mi casa, del hospital en Honduras, un 23 de diciembre. Debe haber sido un poco raro para todas las parte involucradas tener a una recién nacida allí en Navidad.

Desde que me acuerdo, he vivido con sentimientos encontrados con respecto a mi cumpleaños y con una muy buena voluntad de celebrarlo. El discurso que puede ser egomaníaco que repito, que el 21 de diciembre es el mejor día del año, es en realidad un poco irónico. Querer hacer mi cumpleaños el día favorito de todos es también un esfuerzo por que no lleve el leve tinte de decepción de años anteriores.

Por la época, me jodían las vacaciones. Me encontraba en aviones, muy pequeña, levantándome del asiento y buscando amistad en las aeromozas a quien les decía que hoy es mi cumpleaños. Me regalaron prendedores de alitas y un librito para colorear, y pinté feliz mientras volaba. Habían pasteles con muñequitos, rodeada de adultos, cuando no eran aviones sino tardes chapinas o salvadoreñas. Y cuando venía abril 4 meses después, había una piñata que compartía con mi hermana. Era muy confuso.

Pero cuando me dejaron de hacer una piñata en conjunto con mi hermana en abril (o mayo; todo es posible), se fue normalizando este sentimiento de decepción y falta de compromiso con la causa.

Cuando cumplí 11 años exigí que no hubiera piñata, pero me compraron una de todas formas. Un Winnie the Pooh que me avergonzaba guindó, ignorado, en el jardín de la casa que alquilamos en Guatemala. Al menos llegó gente, entre ellos mi novio de infancia, el único niño invitado. Me llevó un peluche rarísimo. Fue el 10 de diciembre, en vísperas de las vacaciones que me separarían de nuevo de mis amiguitos del colegio [nuevo].

Cuando cumplí 12, el regalo fue mudarme de país y dejar a todo el mundo. Alcancé a ir a pasar un rato (era martes, 1999) a la casa de una amiga, junto a otras amigas, y pedimos pizza… Nos pidieron pizza, porque era lo más fácil para alimentarnos, no porque era mi cumple. “Y tú, ¿cuándo cumplís años?”. Pues, hoy. En la noche, cené con mis papás, mi primo y mis hermanos (y sus parejas). En el restaurante que ellos querían. Al día siguiente, me fui a vivir de Guatemala a El Salvador, con mi primo al volante y mi gato encerrado en una jaula llorando. Sammy, mi gata, vivió traumatizada el resto de su vida.

A los 13 me iban a llevar a almorzar, pero se les olvidó. Llegaron como a las 3 PM porque se habían quedado comprando regalos de Navidad para terceros.

A los 14, ibamos a irnos de viaje ese día y como buen insomne no dormí nada. No pudimos irnos, mi mamá estaba enferma; aprendí esto a las 4h45 AM. A una hora prudente, le avisé a mis amigos (2) de la situación y me acompañaron a ver The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring (2001) en estreno. Rafa, Armando y yo seguimos siendo brothers muy a pesar de que ya tenemos días de no ir al cine juntxs.

Y para mis 15, no hubo nada rosa, ni grande, ni clásico. No sé bajo qué óptica accedí a que me hicieran una cena, manteniendo según yo la esencia del rite of passage latinoamericano muy a pesar de mi outfit negro improvisado. Invité a algunos amigos. Lo que en realidad pasó fue que mis papás siempre hacían una cena navideña alrededor del 14 de diciembre, pero ese año la corrieron al 21. La única foto de mis 15 es de yo en la mesa de las divorcées, más jóvenes que mis papás pero no de mi edad. Las señoras, amigas de mis papás de toda la vida, llegaban con regalos en mano, regalos de navidad para mis papás. Creo que un porcentaje muy pequeño de los invitados estaba al tanto de que era mi cumple.

Los 18 fueron pleitos; una historia de ruptura que casi nunca cuento.

Cuando cumplí 20 me hicieron una fiesta sorpresa, pero no me sorprendieron porque lo intuí. Hubo sandwichitos de piñata, en mi ex-casa allí en Bordeaux/Talence. Hubo, antes, una cita no-cita con un chico que me gustaba y fui a ver una reinterpretación de El Quixote en ballet. Al final, cuando llamó mi papá desde El Salvador, le contestó una amiga y ninguno de los dos captó qué estaba pasando, ya eran las 7 AM hora Francia. Lo malo es que todo el tiempo pasé pensando en un ex, con dolor de vientre, en una nube de hormonas muy difícil de leer.

Los 21 iban a ser épicos, según yo. Ya, adulta. Una mujer sabia. 21 años, el 21 de diciembre, a las 21 horas. En realidad, dejé un angry voicemail a las 3 AM, cogí el teléfono fijo y llamé a El Salvador porque, por la diferencia de horas, Fernanda iba a estar despierta. Soy Paty, felicitame. Y me desperté con un mensaje agrio de “te devuelvo los lentes cuando regrese de Nevers”, en vez de “Feliz cumpleaños!”. Me lo bajé todo con un brunch en una terraza, a 10 grados C; y en la tarde no tenía planes, más que ir a una novena. Era eso o desperdiciar mi tarde de mujer adulta, divina, abandonada. Al día siguiente, sin embargo, hubo una revancha.

A los 22, un martes, exigí un trago con fuego y me lo tomé con una pajilla. Me dormí en una cama de visitas oyendo Janis Joplin y me regañaron el día siguiente porque no llegué a la casa de mi papá adónde me estaba quedando, ni avisé. Not the first time, not the last, pero really no podía dejar las conversaciones de Janis Joplin a medias.

No sé si fue para cuando cumplí 25 o 26, pero yo había planeado algo específico: una ida al mar, barbacoa, una piñata. Pero nadie pudo ir, todos cancelaron (menos 3 personas), y mi novio de ese entonces no quiso gastar dinero en una piñata. Dos desconocidos, voluntarios que estaban de paso, se unieron a la celebración. Hoy es hora que no sé cómo se llaman.

Cuando cumplí 27, el pastel era hermoso y estábamos en San Blas, La Libertad… pero yo había estado triste por meses. Un día más de esconder las ganas de llorar, todo por no querer entregarme al drama.
En 2017, par contre, opté por probar algo distinto: no hacer nada. Cumplí 29 años y aparte de un episodio incómodo con unos antebrazos, no hubo de qué quejarme. Vi a algunas personas queridas; no vi a todo el mundo. Me puse calcetines de bicicleta que me acababan de regalar, la farsa de la Navidad porque no puedo andar en bici. Luego, vino la secuencia de celebraciones de mis 30. Luego, un año después, la más reciente expresión de delgada línea entre vejez y juventud: mis 31. En ambos casos sufrí de crisis post-20’s y las decepciones se hacen entonces secundarias, ante la aflicción real de ansiedad adulta.

Quizás la clave es simplemente no nacer en medio de un 21 de diciembre, pero este año no voy a celebrar mi cumpleaños. No es que el solsticio de invierno sea una mala fecha, es que colinda con La Tragedia de la Navidad: todo lo malo que le suceda a una familia, a un grupo de amigos, a un equipo de trabajo es amplificado por la Navidad y la intensidad de las fechas festivas. Nacer un 21 de diciembre es simplemente nacer con la maldición de la época festiva, pero “feliz cumpleaños y feliz navidad.”

21 de diciembre de 2017
Playa El Sunzal, La Libertad

Paty Trigueros

105 lbs, Sagitario, 1m56. Paty Stuff son las cosas que llenan mi agenda, las reseñas y anécdotas que lo recuentan. Hablo español, inglés, francés y spanglish. Me exilié en Francia por cuatro años y al regresar caí en copy publicitario, entre otras cosas. Redacto, escribo, traduzco, me río, tomo mucho café, soy una fumadora de medio tiempo y como como señorita pero tomo caballero.

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