"We lost!" versión 2
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¿qué ando puesto? |
Creo que he contado esta(s) historia(s) varias veces, y siempre se me salen más detalles. Sí, sí, yo estuve en Berlín. Hace mucho. Creo que la lógica debió haber sido que era más barato ir a Berlín desde Burdeos vía Lyon, aunque también parece ser, en retrospectiva, lo más absurdo. De Bordeaux a Lyon, un tren de 8 horas; de Lyon a París un TGV que no recuerdo recuerdo; varios trenes, una maleta, y una noche en París y, luego, un tren overnight a Berlín que hace mil paradas y me dejó el recuerdo de un cigarro en las vías alemanas de no-sé-qué-pueblo, con un desconocido rastudo pero sin rastas. Intercambiamos miradas de complicidad de 2:00 a.m., diciéndonos sin decirnos “¡qué frío! ¿verdad?” o algo así, comunión silenciosa de viajeros solitarios.
Fue como el 28 o 29 de abril de 2008, con leve apatía con la que nos dejó, asaltados, el último ciclo universitario; porque los ciclos universitarios te duermen los músculos y las clases, los ojos. Inyecciones de hipocondría, aunque X decía que era mi consumo excesivo de alcohol. Eso se llama guayabo, querida. Estábamos ciegos del cansancio e inmune a la festividad del 1ero de mayo, el día del trabajo, sentados en mi exsofá, en la sala austera de mi excasa. ¿Qué vamos a hacer con nuestra vida hueva? Él se iba para Colombia de vacaciones, nos despedimos y vimos juntos al vacío con un cóctel de chocolate caliente y crema batida à la Paty, tal como le gustaba, y la seguimos con vino en el veranda. Poco después, yo convertiría una escenita de una caminata incómoda que tuvimos en el principio de un proyecto de novela. X se mudaría conmigo, y yo me echaría el traspaso de casa a piso sin él. Nos volveríamos a ver hasta que acabara el verano y empezara el siguiente ciclo, cuando yo llegara de El Salvador a encontrar una nota en la nevera, una “Tina, me fui a París” y etcétera y x.o.x.o. Nosotros no sabíamos que íbamos a vivir juntos por dos años. “Que te vaya muy bien en Lyon y en Berlín.”
***
Mi tren de 11 horas estaba supuesto a llegar como a las 7h30 AM, y a esa hora vi a Johanna esperándome en las vías del tren. Yo no podía creer que tan temprano estuviera allí, tan dispuesta y tan despierta, mientras yo estaba tan desvelada y venía de esquivar una bala de un ex y de tomar cervezas innecesarias con plática externa, con uno de los monstruos que he creado. Me llevó enseguida al barrio Neukölln y comimos comida orgánica y cigarrillos en un parque hermoso, frondoso y silvestre, cerca de Weserstrasse la calle sabia, la calle del apart que sería mi hogar por 10 días, pues sería hasta 15 de mayo que volvería a Bordeaux. Y repetía las palabras palabras en alemán con mi acento macheteado. Fuimos a Schonefeld y aprendí a decir “flug” (vuelo) y “ankunft” (llegada) y leí “achtung”, como el sencillo noventero de U2. Estaba escrito al lado, en una caja, como quien dice “¡alto!” o “¡frágil”; una caja de mudanza porque Johana se había recién mudado a esta comuna en la que no se permitían productos capitalistas como mi Coca-Light. Ya habían pasado 2 años desde que me dije a mí misma que iba a aprender alemán y no le daba seguimiento, y esa noche aprendería a decir “Fumar puede matar” (Rauchen kann tödlich sein) y me cambiaría mi Facebook Status a “Paty is Rauchen with Johanna in Berlin”.
No sabía dónde estábamos, no me acuerdo cómo inició la noche. Habíamos pasado de East Berlin a West Berlin, con anécdotas que nos guiaban. Quién creció aquí, quien creció allá,qué sentían y qué percepciones tenían de Berlín hoy, qué edificios eran nuevos y cuáles habían sido edificados para parecer viejos. Mi amiga se pintaba el pelo de negro y solo vestía de negro, pero no sé si aún aplica a su vida el modus operandi de los black hoodies que reivindican sus valores a través de punk y ska. Me contaron de la asociación de las sillas plegables: como pasaron una ley en contra de tomar en lugares públicos, se fundó una asociación de sillas plegables amovible, que se instalaba a tomar en lugares públicos con sillas plegables. Como asociación, eras exento de la ley, me contaron frente a la Puerta de Brandeburgo y al Monumento a los judíos de Europa asesinados. Berlín, eres impresionante. Sí, sí, tuve novio alemán. Tantascosas se perdieron en la traducción a su inglés mediocre, pero tenía toda intención de acompañarme a mis viajes a las plazas y a los campus y a las pijamadas en mezzanines de idealistas cuyo sistema de compartir todo había fallado. Y Berlin, eres plano y largo y lleno de áreas verdes y conversaciones que se evaporan con esfuerzos de traducción. Yo lo visito en mis recuerdos, y hace dos días en mi balcón nos dijimos que sí, es cierto, claramente hay varios Berlines, pues Alexanderplatz ne ressemble à rien. “Berlín NO es como Alemania. No puedes hacerte una idea de Alemania juzgando por Berlín. Aquí hay diversidad, cultura, arte y libertad, y la vibra es muy, muy buena. Yo soy de Bavaria, y Bavaria NO es así”, me dijo mi nuevo amigo en la cocina del apartamento de un desconocido. Nuestra conversación fue entrecortada por The Shins. Sonó de mis canciones favoritas y empezamos a tararearla, y cada quien hizo de la cerveza su compañera de baile. Él tenía una boina y yo un atuendo rarísimo, y brindamos porque nos íbamos a volver a ver. “You always meet a person twice!”. De seguro estos momentos son la fuente de inspiración de toda película de Zach Braff.
Me invitaron a una chela, me invitaron a una proyección de documentales griegos, y también a una marcha, pero no me atreví a ir: iletrada de 1m54, solo me iba a sentir perdida. No estaba apta para confrontar a los neonazis que iban a defilar a unas cuadras de donde estábamos. En el metro, no alcanzaba los tubos de arriba para detenerme y al sentarme, mis pies no tocan el piso. Nunca me sentí hecha a la talla de Berlín y de sus edificios gigantes pos-soviéticos, y me perdí en Alexanderplatz. Solo vi graffitis y vagones de metro, esa tarde sola. Después vi Eternal Sunshine of The Spotless Mind con subtítulos en alemán, en una asociación de estudiantes, en medio de Friedrichstrasse o algo así. Liza tenía el cabello pintado de rosado en una mitad de su cabeza, y la otra mitad rapada. De seguro era géminis. Fiona me contaba de sus problemas de sleeping side by side y era más süss que Liza, pero ambas me fascinaban. Nos fuimos después a un bar pop-up, a la proyección de documentales griegos. Había billar y todo sucedía al mismo tiempo que yo hablaba con alguien mientras tomaba cerveza. El conjunto de todo me dio ganas de irme a Berlín para siempre. ¿Puedo yo también tener un suéter negro y hablar de ciencias sociales para coquetear? Claro, a Steffen lo seduje con sonrisas y chistes, en las aceras en las que intenté hablar mi alemán. Mi acento cuando digo habe dich liebe es muy tierno, dicen.
Y cuando pasamos de una barbacoa a un bar, y de ese bar a otro, también, nunca dejé de estar rodeada de personas amables, interesantes y atentas. Construimos frases a medias, y me hacían repetir cosas que yo juraba poder pronunciar bien. Aprendí de ellos y también a distinguir “nackt” de “nacht”. No entendía cómo era posible estar en un bar sobreviviendo de carcajadas, a las 4 am, fumando adentro, mezclando cerveza de 1 litro con Lemon Matte (limonada natural, con matte; para que te despierte)... y cuando ellos cayeron en cuenta de que ya eran (bien) pasadas las 12, que era el 8 de mayo, día de la Capitulación de Alemania, se emocionaron por el aniversario, el aniversario de que perdieron. “We lost!” y levantamos nuestros vasos y brindamos por el fin de la guerra. Estábamos de pie, celebrando que estábamos allí, en este Berlín.
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tamaño San Salvador alcanzando postes tamaño Berlín |
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