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agosto en el D.F.

El souvenir azul que le traje a mi amigo Nick, agosto 2017 
planes agostinos

Sólo nos tomaríamos una cerveza, ahorita no quiero chupar, dijo. Yo tampoco quería, pero no dije nada: parecía buena idea sentarnos a tomar algo, después de un paseo por Metrocentro, después de una visita de museo, y tras años de ser amigos.  Parecía que ese “algo” debía ser estupefaciente, burbujeante, y no estimulante. Sentémonos y tomémonos algo, habíamos dicho.
Se me olvidaba que ya, en el acto, nos debíamos despedir y volver a ir cada quien por su lado. Geográficamente accidentada, nuestra amistad continúa, bordada con los puentes que buscamos entre las ciudades en las que vivimos; si no hace mucho te quedaste en mi nueva casa, cuando pasaste por Guatemala. Pero, ajá, tenés que venir a México, me dijo.
“¿Cuándo fue la última vez que fuiste? ¿Hace dos años? Llegaste con Dan, ¿eso fue hace dos años?”
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Es cierto, fue en agosto de 2017 mi último viaje a México. Fue el destino que elegimos en nuestras compras impulsivas, porque mejor pasar a saludar al D.F. en ese corto plazo que teníamos, como un pedazo de pastel limitado, pero delis; servido con cucharita que chuparíamos y cuyo sabor se perdería, por que mi memoria ya no es lo que era antes.
Desde la terracita de ese café en Antiguo Cuscatlán, traté de recordarlo todo. Es cierto que no estuve mucho tiempo, dijimos. Fuimos a la Puri, dijimos. Dan habló de Godard en los tacos Frontera de Álvaro Obregón, recordamos. Debo ser capaz de recordar más, sobre todo si fue poco tiempo.
Cuando llegamos a la calle Morelia, había caos. Un incendio en la esquina con Álvaro Obregón estaba deteniendo a carros y a peatones, ahumando a los vecinos, y previniéndonos de todo se iría a perder (y no me refiero a Notre Dame.) Bueno, vámonos: mi anfitrión estaba fuera, en la acera, sosteniendo las dos correas de sus perritas. Pobrecitas, estaban asustadas. Comimos tacos, alambres, chiles, enchiladas. Brindamos y hubo selfies. Ulises, te presento a Dan.
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El día siguiente empezó en Abarrotes, sobre no-me-acuerdo-qué-calle; la calle por al que siempre pasaba, en aquellos otros días en México, tiempo atrás hospedada en el Hotel Milán que también permanece en buenos términos con el pasado. ¿Nunca conté de la vez del hotel de The Shining? Hay varias cosas de viajes en México que no cuento, no en crónicas, ni en fotos. Pero, ¡sorpresa! Nos encontramos con su amiga a quien veríamos esa noche, pues ¿qué tal chelas en el depa y luego un antro? Sí, así hablo cuando hablo del D.F.
Pero primero, antes de la noche en La Purísima con tonos neones y piropos rociados entre el baño y el bar, entre la tarima y el dancefloor, hubo un poco de turismo. Caminamos La Reforma hasta llegar a Chapultepec, abrazados por esa mezcla extraña de frío y calor y lluvia, otro presagio; ¿qué iba a saber yo que me estaba enfermando? A lo mejor el mismo incendio de paz en llamas estaba anunciando impases en mi garganta, pero, bueno; también pude haber inferido por las llamadas Neoyorquinas algo estaba mal, no puedo decirte que así como fue la caminata por el parque Chapultepec, al Tamayo, al de Arte Moderno – sombrío, apartados, interrumpidos – dicen que son los libros de Turismo. Y, de pronto, otra sopresa: llegó Eugenia. Ella vivía en Madrid, yo en Nueva York, pero ambas estábamos paseando por el Museo Rufino Tamayo, aprovechando la muestra de textiles y colores en el ala derecho para actualizar nuestra afición por Adam Rapoport y Bon Appetit, te juro que tengo un email en el que me cuenta cuál es su restaurante italiano favorito, le dije; y Dan por allí andaba. A ser honesta, quedé deseando una taza del overpriced gift shop, del diablito, por que nada me seduce más que cuestionar qué tan malo es lo malo; y seguimos.

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El día de Roma Sur, no-me-acuerdo-qué-más y Coyoacán fue un día sin prisa. Incluyó tianguis y la tentación de comprar Rudo y cursi en DVD, la sombrilla de la maldición de Moctezuma, la Cineteca a la que nunca había ido, la obligada foto con la pared azul de la Casa de Frida, el silencio de la calle Londres, y unas ganas irremediables de pasar la noche entera del viernes viendo Entre tinieblas (1983), como monjas pícaras que somos ahora que tenemos más de 30.
Pero, vamos, estamos de visita y no podemos quedarnos encerrados por siempre. Fuimos a comer a MOG , con el recuerdo presente de Marco Rivera mi amiguito de Puebla diciendo que sí o sí debíamos ir allí, y lo hice de nuevo.

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No había ido a Teotihuacán desde mi primer viaje a México, ese que fue en los 90’s y del cual no me acuerdo en lo absoluto. En 2012, cuando volví al D.F. para un seminario de traducción literaria, me dije a mí misma “Esta vez voy a ir a las pirámides, sola, pase lo que pase. Me lo afirmé al espejo, me puse botas y camiseta y cogí un morral, y bajé al lobby del hotel 3 estrellas con una determinación jamás antes vista. En el lobby me interceptó el grupo de colegas traductoras y Hola, ¿no quieres venir a Coyoacán? Sí, dije, con mi voluntad flexible, ok; y fui a un recorrido urbano en grupo. Quedó en visto mi solicitud para un recorrido piramidezco, a solas.
Esta vez, así fuera con Dan, se cumplió el deseo y documenté todo el viaje. Foto del café que bebí por la mañana en preparación para la realidad. Foto de los boletos para el viaje sencillo. Fotos de mi look “me estoy dejando crecer el pelo.”
Foto de Paty echada en posición estrella en el pasto del valle de los muertos.
Foto de Paty en posición de edecán arqueológica con el conjunto arquitectónico de Jaguares, y un pequeño guiño a las Cabezas de Jaguar de Fede.
Foto de los ríos de gente reducida a tamaño de hormiguitas desde la pirámide de la luna.
Foto de nuestros piecitos meciéndose desde la pirámide del sol.
Por la noche, en un bar en la colonia condesa que seguro olvidaré con el tiempo, tocó Cartas a Felice y nos encontramos varios cuerpos salvadoreños, en una intersección de exilios. Mi nariz estaba roja de tanto sol Teotihuaquense. La insolación aceleró la gripe.

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El día que volvíamos a Nueva York, alcanzamos a desayunar por allí por última vez. Habíamos ido a Péndulo, pero esta vez fue Delirio. La infección en la garganta y la congestión nasal me hizo disfrutar poco de las salsas y los chiles, y, de nuevo, me enojé. No nos fue tan bien a solas, sin distracciones de las frustraciones, con el incendio en frente y la tos creciente. Mantengo, aún, mi relación con México.

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¿Cuándo iré a volver? No lo sé, pero sé que quiero. Nunca fui al MUNAL, no aún. Hace mucho no como barbacoa ni encacahuetado, ni veo teatro absurdo en un complejo escondido de la colonia condesa. Hace mucho que nos  a Puebla, ni a Cholula; y estoy con eso desde hace días ya de quererme tatuar la flor del agave, por que esa sensación que tuve en los campos de agave afuera de Tequila, con el volcán atrás; el sentimiento de acercarte a la historia, de sorprenderte, de aprender… eso no lo quiero perder.

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Marco vino de Puebla hace poco y, ay, te acordás de esto y aquello…? Nuestras memorias, es cierto que envejecen, pero hay unas con las que siempre te llevás bien… y sí, tenés razón, me dijo, deberías venir a México.
“Pero andate a Querétaro, o a Guanajuato. Yo te veo allí.”
Entre tinieblas (1983), Pedro Almodóvar 
@ Calle Morelia, Roma Norte

Recuerdos agostinos

cosas



agosto se pronuncia igual dentro y fuera de San Salvador, pero no significa lo mismo

no recuerdo cuando fue que me enteré de que existían las vacaciones de agosto

no recuerdo qué pasaba, que fuera propio de dichas fiestas agostinas, antes de mi vida posadolescente

recuerdo cumpleaños familiares que nos juntaban a todos en una casa en La Flor Blanca, pequeñas personas y adultos rodeando a los adultos cumpleañeros

y los cumpleaños de amigos-familia, también

hay más agostos con amigos-familia que sin

(pero aquí no hay atardeceres del trópico)

ni cuartos de 10$ que dan alergia, pero otorgan acceso a una piscina fría que quita el calor casi tanto como una buena dosis de privacidad

eso es imposible cuando te vas a nicaragua con 13 personas

recuerdo paseos, pero no solo en agosto

recuerdo llevarme una maleta a la San Luis, porque decidí pasar aquellas vacaciones en la casa de accesoabuelos que no son míos

y también recuerdo el calor de agosto en la palma, el clima costeño persiguiéndonos hasta las montañas y acomodándose en las piernas, dentro de los jeans

dormir en el piso o no, da igual

y el calor de agosto en los bares del tunco, abrazándonos a todos; y allí estaba una bebé con nosotros

(yo me aseguraré de que ella se acuerde de que, cuando tenía un año, ella iba a bares en el tunco)

recuerdo tan bien el calor de agosto en el tunco que ahora ya no voy al tunco en agosto

este mes contiene tantas excusas y planes acumulados

quiero quedarme en este mes y no recibir a mercurio retrógrado

comenzar en agosto es mejor que terminar en agosto

pues, pero a veces es mejor terminar que comenzar

pero, a ver, ¿en qué estaba?

en los viajes en carro

las otras baratas

las conversaciones de lejos

los sueños portátiles

los bailes comunales

no tengo a nadie cerca que tenga recuerdos de las vacaciones de agosto

agenda
Patricia Trigueros

Veo en agosto

Vistas de agosto

Veo la frontera de Guatemala incontables veces en agosto. Veo la vez que me quedé en las Chinamas 15 horas. Veo brindis de varios cumpleaños de agosto y a un borracho acercarse a jugar con unos cohetes y huir, porque casi le cae encima la cosa esa que echa luces. ¿Quién tiene cohetes en agosto? Veo el tráfico temible e insoportable de justo antes de agosto, cuando 15 minutos se convierten en dos horas y hace calor, en agosto. Veo a guatemaltecos que llegan a El Salvador, que bailan antes y después de agosto, que bailan más de lo que hablan. Veo a salvadoreños que hablan y hablan de sus vacaciones de agosto. Veo su semana completa en el mar, veo su semana cortada en el mar y sus días puntuales fuera de la ciudad. Veo como hablan de cuando hay viento y de cuando no, de cuando están en un muelle nicaragüense, ¿o será más cerca? ¿o más lejos? Veo a dos amigos coquetearle a la misma chera, en medio agosto, en el mar en agosto. Veo a la tipa que, la verdad, no quiere coquetear, porque hablar no es sinónimo de platicar. Veo a sus amigas, veo a sus hermanas, veo a los amigos de las hermanas. Veo que hay pláticas de pláticas, días de días, en agosto.

Veo a parejas que se besan, a quienes no les importa que haga tanto calor, ¿qué importa el calor de agosto? Veo sus manos, veo sus abrazos, veo sus besos. Veo el frío que hace en las montañas en agosto. Veo el frío de los lagos en agosto y el valor de tirarse desde el muelle o desde las piedras. Veo montañas verdes y árboles frondosos por la humedad de agosto, pues un pie en Morazán no es lo mismo en enero que en agosto. Veo el río que desborda con las lluvias de agosto y la sequedad de marzo atrás. Veo fines de semana de pensar en otra cosa y hacer algo nuevo, y siento a septiembre ya encima.


Agosto playístico
Patricia Trigueros

Cine y domingos

Paty regresa de vacaciones. 
¿Qué hacer, un domingo después de vacaciones? Peor que otro domingo, este antecede al lunes de resaca post vacacional, la goma moral no de arrepentimiento pero de añoranza y anhelo porque, ajá, se terminaron los 10 preciados días de vacación. “¿No sentís que antes hacías más cosas (en las vacaciones del colegios)?” Pues, sí; pero también siento que no apreciaba ese tiempo libre, esa libertad, y cabía mucho ocio allí dentro. Ahora que los días en los que estoy de vacaciones son más contados, siento que los aprecio más. Se avecinan, aproximan, y les traigo hambre; como lo que decía en este post sobre Lecciones de Semana Santa. Cuando sea grande, voy a tomarme unas vacaciones largas de todo lo cotidiano.  Como dijo Penny Lane, "When we go to Morocco, I think we should havecompletely different names and be completely different people."

Volviendo al tema del domingo, yo amo los domingos. Los domingos me hacen sentir bien, con como un masaje para mi alma. No entiendo a mi amiga Cathy que odia a los domingos (aunque, detalle irrelevante, odia más a las palomas). ¿Qué hay de malo con los domingos? ¿Será que lo insportable es la idea acechadora del lunes, del principio de otra semana? No sé; pero, respeto su odio y la invito a beber conmigo los domingos. Un amigo siempre me decía que la mejor manera de hacer trampa, sacarle provecho al fin de semana y al domingo, era emborrachándose los domingos. “Pensalo: hacés que tu fin de semana siga, y te vas a dormir temprano.” Y lo he visto suceder.

Entonces, OK, está la opción de emborracharse como rebeldía contra la muerte del fin de semana, la muerte de las vacaciones, la muerte de mi juventud (¿?)... Pero, una idea más convencional, digamos, es ver películas. A cualquier hora, a toda hora. Ir al cine porque ¿por qué no? Ir al cine porque ahorita están dando Fading Gigolo (2013) con mi querido Woody Allen, una película de John Turturro.

Si lo ves, sabés quién es John Turturro, pues su cara aparece en varias películas, un character actor llenando a la pantalla con su carisma, excentricidad, su voz, rostro inusual (pero no tan inusual como el de Steve Buscemi, un character actor que secretamente me atrae profundamente…) Él, sí, ajá John Turturro el mayordomo de Mr. Deeds (una de las peores películas malas que he visto, al menos que esté exagerando)... John Turturro el majestuoso Jesus Quintana de The Big Lebowski de los hermanos Coen, y el gran actor de Quiz Show con Ralph Fiennes. Quiz Show, basada en hechos reales, narra la historia de Herbert Stempel, un nerdo de Queens que salía en el show de Trivia más popular de los EE.UU. en esa época de dependencia a la televisión (llámese el final de los 50’s). John Turturro es Herbert Stempel, al que echan del programa porque llega una cara más joven y fresca de una gran familia de influencia literaria, los Van Doren. No pueden haber dos héroes. Así es como a Stempel le quedan las cosas tan difíciles que decide demandar al canal por fraude, por el mismo fraude que lo mantuvo a él siendo la estrella de Quiz Show, y el resultado de todo eso influenció a las audiencias y su percepción de la comunicación masiva. Véanla, más ahorita que es domingo y existen portales mágicos como Netflix y (mi página cholera del 2007) Channel 131.

“Ay, ayer fui al cine a ver la de Woody Allen, está bonita.”

¿Cómo así?, pensé, cuando escuché a mi mamá decir esto. Fading Gigolo se estrenó hace mil años allá, y se estrenó aquí el jueves. Mi mamá se enteró primero. La fui a ver, sin saber prácticamente nada, así como me gusta empezar algo. Es la historia de dos amigos (Woody y mi amigo actor Turturro) que se encuentran en situaciones semejantes de precariedad económica: Fior (Turturro) sólo trabaja 2 días a la semana en la floristería, Mo (Woody) está cerrando su tienda de libros raros/escasos/usados porque “Hoy en día, sólo gente rara compra libros raros”... Y, justamente, alguien (Sharon Stone) está buscando alguien para un threesome.

Una mujer viuda y solitaria describe a la profesión nueva de Fior como “llevarle alegría a los solitarios”, o algo así. Pero desvanece su Gigolo-ness a medida se enamora. Ya está no-tan-joven (como yo…) ni tiene el rostro ni el cuerpo del El David de Michelangelo, pero tiene esta masculinidad, compasión, estatura, actitud, que cumple con lo que las mujeres en busca de algo buscan en alguien. Eso me gustó de la película, que un hombre encuentre que puede ofrecer eso más allá de lo obvio, que se diviertan haciéndolo, mientras vemos a un Woody Allen actor, simpático, en el personaje medio alrevesado con eco a los personajes que él ha interpretado y escrito anteriormente en su carrera. Pelito blanco y piel aguada, Woody Allen sigue sorprendiéndonos. Aunque, eso sí, hay dos escenas que yo le quitara a la película Fading Gigolo, pero está bien como nos entretiene volver a ver a caras conocidas como Sharon Stone y Sofía Vergara que se vuelven medio locas por el casi-gigolo Fioaravante (Turturro) y ese acercamiento seductor entre una mujer muy sola, ortodoxa, y el mundo de ella que vive dentro de todas sus prohibiciones. Veanla, que está en el cine. O quédense en casa y sacien su sed con Blue Jasmine. Ay, Blue Jasmine. Tengo que verte de nuevo y llenarme de ese mal trip con el propósito de admirar y aprender de el teatro de los trastornos emocionales y su despliegue en las relaciones interpersonales.

No sé tú, pero yo hoy no iré al cine, ni me quedaré viendo Blue Jasmine. Porque, así como los domingos son buenos para nadar en alcohol un ratito más, o hundirte en una y/o varias películas, también son buenos para varios tiempos de comida. Un desayuno tarde, uno o dos almuerzos, una o dos cenas. Pues, digo, esto solo aplica si sos de los que creen en alimentar cada uno de tus antojos y saborearlos, con hambre y metabolismo que se llevan bien. O, como dijo un amigo, de los que pecan con gula. “Lo demás no me importa, pero no me quiten ni la comida ni el sexo”, lo oí decir. (Y le pregunté que ¿qué tal la combinación de gula de lujuria?). Así que, no sé tú, pero yo voy a ir a partirle un pastel a la cumpleañera y comer pupusas. Eso y la súper luna del año, dicen. Y, si me alcanza el tiempo, le agrego una película o un episodio de Suits, desde la comodidad de mi cama, para despedirme de mis vacaciones.
El proxeneta y el (casi) gigolo o mis amigos Turturro y Allen.

 

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