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Palabras que amo, palabras para escribir

Cosas chivas, palabras bonitas


Llevamos ya varios sábados, desde septiembre, en esto del taller Viaje al oficio del escritor con Jacinta Escudos, mis compañeros talleristas pueden dar fe de ello. No sé hace cuántos sábado fue que salí de la mediateca del Centro Cultural de España con la tarea de escoger 10 palabras favoritas –que me gustan, que disfruto, que amo– y en base a esa lista escribir un texto. ¿Indicaciones en cuanto a estilo? Libre, podía ser verso o prosa, tragedia o comedia, ensayo o cuento, diálogo o, en fin, lo que sea. Libre de restricciones podemos ver a qué suena nuestro tono, nuestra voz.

Hoy por la mañana en Hospital de Diagnóstico, hubo un pequeño lío en lo que veía de hacerme un T.A.C.: la orden médica decía abdomen superior, el médico decía que tenía que ser abdominal-pélvico y ese es más caro.


“Lío, lío…” repetía en mi mente. “Qué bonita palabra.” Y me pasé a Twitter, y salió esta lista espontánea de 10 palabras favorita: lío, vigilia, arrojar, intemperie, volátil, acústico, viajero, glucosa.

¿Qué tal si repito el ejercicio?

Desenmarañar 

Me despertó un llanto interno que venía del estómago y se extendía hasta mi cabeza, y volvía a bajar; el efecto cascada que produce el exceso de marihuana y alcohol. “Me siento BLANCO” eran las palabras que Bernardo encontró para describir ese sentimiento compartido, con glucosa alborotada, justo antes de que se encerrara a vomitar en el baño de aquel apartamento pequeño alfombrado serbo-croata. En el invierno europeo, acudir a la intemperie no es una opción muy recomendada, sino algo que puede llevar a ganglios inflamados, neumonía, hipotermia.

Bernardo seguía en el baño. Aitana y yo también nos quedamos a dormir, en la cama de la anfitriona. Salí del cuarto que nos había albergado con el perfume a invitados malcriados que no tienen el tacto de irse a una hora decente. No, nada eso: somo los que se quedan hasta el día siguiente, espantan a los demás invitados, y se toman todo güaro. Y no sé que es peor, honestamente: el obligado concierto acústico en el que insiste Juan Marco cada vez que está bajo el efecto de varios alcoholes, los hábitos de seducción que se le encienden a mis amigas cuando ven a un viajero, o mi tendencia a arrojarle detalles de mi vida privada a desconocidos. (Tres tragos a veces bastan para que caiga una avalancha de sentimientos, como cuando le expresé a un desconocido que mi desaprobación por X película era porque la asociaba a la muerte de mi bisabuelo. Hola, mucho gusto, me llamo Clara.)

Cualquiera de los casos son cositas que, juntas, se le salen de la mano a cualquier anfitrión. No me sorprendió encontrar a Anya despierta, con cara seria, sobre la mesa del comedor, jugando con un collar enredado. Me senté al lado de ella con una taza de café y encendí un cigarro, luchando contra el asco que me provocaba. Más que seria, estaba concentrada: con el ceño fruncido, veía fijamente al collar que estaba desenmarañando, mientras movía las manos a un con gestos difíciles de identificar. Debí haber traído mi cadena vieja que tengo abandonada en mi mesa noche por incapacidad de deshacer ese nudo.

Casi no hablamos con Anya ese ratito que estuve desayunando tabaco en su mesa del comedor, antes que resurgieran los demás cadáveres de la noche anterior. De mi parte, la resaca se estaba comportando como un moderador de acciones y palabras, una manera elegante de ver los estragos físicos de gritar, chupar, fumar, bailar. Pero el caso de Anya no era el simple desvelo, ni la postergación de arreglar el nido de basura heredado de la fiesta, ni le afán de arreglar su collar, tampoco. Los líos en los que se había metido eran tales que aún hoy, ese día, la sacaban de donde estábamos para ponerla en un estado preguntas que no cesan. Exhalaba, pujía, y por veces se detenía a ver analíticamente el proceso de desenredo. Y, de repente, veía su celular. No hay SMS, no hay llamadas perdidas. La vigilia era en vano, pero su corazón volátil aún amaba al que no le respondió ninguno de sus intentos.


No solo los collares se enredan


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Carta de amor a Nick Hornby

San Salvador, Miércoles 8 de Enero de 2014

Nick Hornby,

Mis libros de Nick Hornby
Ya llevamos aproximadamente 8 años en esta relación abierta, desde que te empecé a leer; y creo que nunca te he profesado mi amor. Un día en Les Halles, vi que ibas a dar una lectura en La Fnac... Pero, trágicamente, caía el día que yo me iba de París. A lo mejor nos hubiéramos visto y te habré dicho lo que sentía, nunca lo sabremos.


La primera vez que te leí fue tras haber comprado High Fidelity, edición Inglesa de Penguin, en Mollat, Bordeaux. Mi copia del libro, con frases y pasajes subrayados con delineador de ojos con brillantina de Sephora, viajó a París y a San Salvador, y no sé adonde más; pues un préstamo terminó en pérdida, y su ruta final no la conocemos. Me gusta la adaptación con John Cusack y Jack Black, la película High Fidelity (2000) que un día descargué en alemán… Pero amo el libro, la voz del narrador en crisis que busca en su pasado respuestas al presente, la astucia del lenguaje figurado, el tono directo, el recurrente “Top 5”, la omnipresencia de la música y el carisma de los personajes… Nick, hiciste un muy buen trabajo. Me compré otra edición, y disfruto de nuevo de esas frases y esos pasajes.

Debo admitir que nunca terminé de leer The Complete Polysyllabic Spree, aunque lo tuve, almacenado con mis libros de consulta, la biblioteca que compartía con Santiago. De la introducción a esta compilación de ensayos de crítica literaria rescaté algo que aún repito: el hábito de leer se desarrolla con el tiempo, y tu afición por la lectura se dio por necesidad de entretenimiento en esos momentos de espera. Agarrar una revista, un libro, una novela corta, un photobook, un libro para niños… para irte a otro lugar, sin moverse.




No sé cuál vino después, si fue How to be good o si fue About a boy. Me sumergí en ambos, How to be good siendo la historia de una mujer, una señora, a punto de divorciarse de su esposo negativo, cínico, grosero… que se vuelve bueno, espiritual, careciendo de toda negatividad que lo afectó en algún momento. Ella se encuentra en la búsqueda perpetua de la respuesta a cómo ser buena, y otras preguntas relativas a su matrimonio. Nick Hornby, hacés que el lector se conecte con tu narrador femenino, aunque es tu pluma. Y me decían, mientras te leía, “¿Disfrutás mucho de ese libro, verdad? Te reís sola.” ¿Cómo no? Hay momentos