Mostrando entradas con la etiqueta memories. Mostrar todas las entradas

Lecciones cumpleañísticas

diciembre 1998
diciembre 2008



Yo llegué a mi casa, del hospital en Honduras, un 23 de diciembre. Debe haber sido un poco raro para todas las parte involucradas tener a una recién nacida allí en Navidad.

Desde que me acuerdo, he vivido con sentimientos encontrados con respecto a mi cumpleaños y con una muy buena voluntad de celebrarlo. El discurso que puede ser egomaníaco que repito, que el 21 de diciembre es el mejor día del año, es en realidad un poco irónico. Querer hacer mi cumpleaños el día favorito de todos es también un esfuerzo por que no lleve el leve tinte de decepción de años anteriores.

Por la época, me jodían las vacaciones. Me encontraba en aviones, muy pequeña, levantándome del asiento y buscando amistad en las aeromozas a quien les decía que hoy es mi cumpleaños. Me regalaron prendedores de alitas y un librito para colorear, y pinté feliz mientras volaba. Habían pasteles con muñequitos, rodeada de adultos, cuando no eran aviones sino tardes chapinas o salvadoreñas. Y cuando venía abril 4 meses después, había una piñata que compartía con mi hermana. Era muy confuso.

Pero cuando me dejaron de hacer una piñata en conjunto con mi hermana en abril (o mayo; todo es posible), se fue normalizando este sentimiento de decepción y falta de compromiso con la causa.

Cuando cumplí 11 años exigí que no hubiera piñata, pero me compraron una de todas formas. Un Winnie the Pooh que me avergonzaba guindó, ignorado, en el jardín de la casa que alquilamos en Guatemala. Al menos llegó gente, entre ellos mi novio de infancia, el único niño invitado. Me llevó un peluche rarísimo. Fue el 10 de diciembre, en vísperas de las vacaciones que me separarían de nuevo de mis amiguitos del colegio [nuevo].

Cuando cumplí 12, el regalo fue mudarme de país y dejar a todo el mundo. Alcancé a ir a pasar un rato (era martes, 1999) a la casa de una amiga, junto a otras amigas, y pedimos pizza… Nos pidieron pizza, porque era lo más fácil para alimentarnos, no porque era mi cumple. “Y tú, ¿cuándo cumplís años?”. Pues, hoy. En la noche, cené con mis papás, mi primo y mis hermanos (y sus parejas). En el restaurante que ellos querían. Al día siguiente, me fui a vivir de Guatemala a El Salvador, con mi primo al volante y mi gato encerrado en una jaula llorando. Sammy, mi gata, vivió traumatizada el resto de su vida.

A los 13 me iban a llevar a almorzar, pero se les olvidó. Llegaron como a las 3 PM porque se habían quedado comprando regalos de Navidad para terceros.

A los 14, ibamos a irnos de viaje ese día y como buen insomne no dormí nada. No pudimos irnos, mi mamá estaba enferma; aprendí esto a las 4h45 AM. A una hora prudente, le avisé a mis amigos (2) de la situación y me acompañaron a ver The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring (2001) en estreno. Rafa, Armando y yo seguimos siendo brothers muy a pesar de que ya tenemos días de no ir al cine juntxs.

Y para mis 15, no hubo nada rosa, ni grande, ni clásico. No sé bajo qué óptica accedí a que me hicieran una cena, manteniendo según yo la esencia del rite of passage latinoamericano muy a pesar de mi outfit negro improvisado. Invité a algunos amigos. Lo que en realidad pasó fue que mis papás siempre hacían una cena navideña alrededor del 14 de diciembre, pero ese año la corrieron al 21. La única foto de mis 15 es de yo en la mesa de las divorcées, más jóvenes que mis papás pero no de mi edad. Las señoras, amigas de mis papás de toda la vida, llegaban con regalos en mano, regalos de navidad para mis papás. Creo que un porcentaje muy pequeño de los invitados estaba al tanto de que era mi cumple.

Los 18 fueron pleitos; una historia de ruptura que casi nunca cuento.

Cuando cumplí 20 me hicieron una fiesta sorpresa, pero no me sorprendieron porque lo intuí. Hubo sandwichitos de piñata, en mi ex-casa allí en Bordeaux/Talence. Hubo, antes, una cita no-cita con un chico que me gustaba y fui a ver una reinterpretación de El Quixote en ballet. Al final, cuando llamó mi papá desde El Salvador, le contestó una amiga y ninguno de los dos captó qué estaba pasando, ya eran las 7 AM hora Francia. Lo malo es que todo el tiempo pasé pensando en un ex, con dolor de vientre, en una nube de hormonas muy difícil de leer.

Los 21 iban a ser épicos, según yo. Ya, adulta. Una mujer sabia. 21 años, el 21 de diciembre, a las 21 horas. En realidad, dejé un angry voicemail a las 3 AM, cogí el teléfono fijo y llamé a El Salvador porque, por la diferencia de horas, Fernanda iba a estar despierta. Soy Paty, felicitame. Y me desperté con un mensaje agrio de “te devuelvo los lentes cuando regrese de Nevers”, en vez de “Feliz cumpleaños!”. Me lo bajé todo con un brunch en una terraza, a 10 grados C; y en la tarde no tenía planes, más que ir a una novena. Era eso o desperdiciar mi tarde de mujer adulta, divina, abandonada. Al día siguiente, sin embargo, hubo una revancha.

A los 22, un martes, exigí un trago con fuego y me lo tomé con una pajilla. Me dormí en una cama de visitas oyendo Janis Joplin y me regañaron el día siguiente porque no llegué a la casa de mi papá adónde me estaba quedando, ni avisé. Not the first time, not the last, pero really no podía dejar las conversaciones de Janis Joplin a medias.

No sé si fue para cuando cumplí 25 o 26, pero yo había planeado algo específico: una ida al mar, barbacoa, una piñata. Pero nadie pudo ir, todos cancelaron (menos 3 personas), y mi novio de ese entonces no quiso gastar dinero en una piñata. Dos desconocidos, voluntarios que estaban de paso, se unieron a la celebración. Hoy es hora que no sé cómo se llaman.

Cuando cumplí 27, el pastel era hermoso y estábamos en San Blas, La Libertad… pero yo había estado triste por meses. Un día más de esconder las ganas de llorar, todo por no querer entregarme al drama.
En 2017, par contre, opté por probar algo distinto: no hacer nada. Cumplí 29 años y aparte de un episodio incómodo con unos antebrazos, no hubo de qué quejarme. Vi a algunas personas queridas; no vi a todo el mundo. Me puse calcetines de bicicleta que me acababan de regalar, la farsa de la Navidad porque no puedo andar en bici. Luego, vino la secuencia de celebraciones de mis 30. Luego, un año después, la más reciente expresión de delgada línea entre vejez y juventud: mis 31. En ambos casos sufrí de crisis post-20’s y las decepciones se hacen entonces secundarias, ante la aflicción real de ansiedad adulta.

Quizás la clave es simplemente no nacer en medio de un 21 de diciembre, pero este año no voy a celebrar mi cumpleaños. No es que el solsticio de invierno sea una mala fecha, es que colinda con La Tragedia de la Navidad: todo lo malo que le suceda a una familia, a un grupo de amigos, a un equipo de trabajo es amplificado por la Navidad y la intensidad de las fechas festivas. Nacer un 21 de diciembre es simplemente nacer con la maldición de la época festiva, pero “feliz cumpleaños y feliz navidad.”

21 de diciembre de 2017
Playa El Sunzal, La Libertad

México, te amo

vistas en el Museo Tamayo

“Ya venite a México, te necesito aquí una temporada.”

Y yo también necesito a México. Aguanto la distancia, me alimento de un amalgama de recuerdos, pero sé que tarde o temprano debo volver.

Nos conocimos en los noventas, la Ciudad de México y yo; y no tengo ningún recuerdo, en lo absoluto. Recuerdo crecer con una vaga idea de las calles y de los lugares, creciendo con mujeres amantes de México, pero yo luego regresé y sí me acuerdo. Aprendí a qué saben los buenos mezcales, cómo se moja la ropa con las lluvias de julio y agosto, cómo se ven los murales de Siqueiros y Rivera; y cómo se siente amanecer en la colonia Narvarte y los tacos de barbacoa del mercado los domingos. “Algún día me vendré para acá, me vendré par siempre.”

Pero o no lo he hecho. Creo que no te merezco, Ciudad de México. En algún momento nos comió la monotonía de vivir lejos, y te dejé de querer igual. Las relaciones a distancia tienen fecha de vencimiento. Camnié mis planes, dejé de ir a la Feria Internacional del Libro, esa que me permitía verte de nuevo... Pero cerrar la brecha e irte a ver esta última vez me llenó de amor, de nuevo. Una emulsión de paz y afecto, un país vecino, y no las calle neoyorquinas que me hostigan porue están pintadas con rencor.

Compramos los boletos a última hora. Preferí volver al D.F., que ir a Tulum. No había un plan trazado, y lo primero que vimos fue un incendio. Había agarrado fuego el local de abajo de nuestro destino. Salió mi anfitrión y sus dos perras, asustadas. Iríamos a tener una primera cena mexicana, en algún lugar en el que dejaran entrar mascotas, un par de taquitos y un par de alambres en Tacos Álvaro Obregón, a la vuelta de nuestra casa temporal. ¿Cómo dejarlas solas en el apartamento, después del trauma del incendio? Es esquina de la Colonia Roma era un caos.

No dejó de haber caos a lo largo del viaje, pero eso no influye en mi amor por ti, México. No habrán peleas en el balcón ni episodios de indigestión que interrumpan esto, aunque sí que me encantaría no tener desayunos así de amargos… pero podría volverme a servir esos tacos de cochinita en cualquier momento, vamos. Y es que no solo regresé a una ciuuda, regresé a mi tierra de abrazos y hoy tenemos un retrato hermoso de tres amigos juntos, y hubo un viernes de cansancio en que le dedicamos a Almodóvar abrigdos y, por Dios, qué frío hace en México.

Y a este vaije, se sumaron experiencias viejas. Subí todo lo que pude subir en Teotihuacán y documenté el viaje desde el café matutino y los tickets de bus. Entré al Museo Memoria y Tolerancia del había oído, pero al cual nunca había entrado. Fue mi primera vez en la Cineteca, y como mi cuarta vez en la Casa Azul. No alcancé a ir al MUNAL, pero sí volví al Tamayo. Bailé en la Purísima, caminé por reforma, comí y leí. El dolor de irme (y dejarte) me dejó con una gripe de dos semanas. Nunca debí de irme de la Ciudad de México, pero se puede volver a los sitios. Menos mal volveré al D.F., y no agosto del año pasado.

Vistas en Teotihuacán

Paseo inglés (3


paseando sin maleta, ni noción de la realidad

Nota del editor [Paty]: Tengo como 3 años de andar diciendo que hoy sí, esta vez, me iré a vivir a Inglaterra. Allí encontré a mi hija y un jardín de rosas llamado Nostalgia, el mismo título llevaba un retrato mío hecho en la Costa del Sol en 2004. Son señales, obvio. Irme a vivir a Inglaterra y no Irlanda, por miedo a encontrarme mucho y regresar comprobando que siempre debí haber sido dramaturga y actriz, todo en uno, y curtida en whiskey y papas. Últimamente evito la música inglesa, porque de por sí me siguen los paseos ingleses.


The packing of the luggage would be followed by some educational reading or some less educational internet scrolling

No quería andar jalando mi maleta, no en mi último paseo inglés. No quería andar jalando nada, de hecho: me había deshecho de zapatos y de un bolsón en París, y en esa sala alfombrada que nos albergó en Camden, dejé una chaqueta de jeans, un anillo… y dejé hecha mi maleta, coronada con mi almohada para el cuello, de modo a solo pasar recogiéndola antes del aeropuerto, pues ya iba a concluir mi viaje express de jueves a domingo.


What am I supposed to do if I have the chance to visit my friends?


Nos habíamos regresado del centro de Londres hasta Camden en la luz azul de esa mañana. La fiesta seguía, probablemente, en varios sitios de Londres. Yo no sé en qué estado intermediario estaba, entre sí y no, viva y también muerta. Vale verga. Pasamos Primrose Hill, ah, mirá, ahí podemos venir mañana.

En efecto, lo hicimos. Dejé mi maleta empacada y una pequeña montaña de ira, de prendas, de desorden – no todo me puede seguir para arriba y para abajo. Estamos listos, vamos, a pendejear y tomarnos fotos silbando en la loma, la loma Primrose, caminando y tratando de mapear cómo íbamos a llegar hasta lo que nos faltaba por ver, y en esas vi a una niña en bicicleta con gafas como la mía: Mi hija, sin duda. Otro presagio.

Caminamos en dirección a más y conocimos, a fuerza de no saber a dónde íbamos, jardines y ríos, de esos que vienen incluido en parques. ¿Qué parque habrá sido?, me pregunto. Nos topamos con un jardín de rosas que decía Nostalgia, la nueva alegoría para mi mente y los recuerdo que irrigo.

Salimos del metro a recorrer –en un mismo remolino recorrimos– los clásicos. Las palabras claves que sientan la base –Picadilly, Oxford, National Gallery, Buckingham, Prêt-à-manger. "Burger & Lobster queda aquí cerca”, el mapa decía que SoHo era al lado. Íbamos bien de tiempo, viendo con prisa y parando para posar con libertad con teléfonos públicos, plazas, sándwiches, lo que fuera.

Solo que nos equivocamos de Burger & Lobster: nuestras amigas estaban mucho más lejos. No solo íbamos a llegar una hora tarde al rendez-vous gomoso que coronaría el fin de semana efervescente y accidentado, sino que yo corría el riesgo de perder mi vuelo. Decidí no estresarme antes de tiempo, preguntarle a desconocidos si ellos sabíamos dónde era. Caminamos, caminamos. Nos subimos a un metro, nos bajamos, cogimos un Uber, o no – no me acuerdo, pero cuando llegamos al restaurante que sí era nos recibieron rostros medianamente enojados mi equipo, y severamente preocupados por mi futuro. “¿Y no trajiste tu maleta?”

Ups and downs are what carefully shape that period

De lo más relajada, alcancé a comerme una hamburguesa petite mucho antes de que llegara la comida de los demás comensales quienes disponían de tiempo que yo no tenía. ¿Qué? ¿Acaso nunca han sufrido del mal de viajero torpe? De peores había salido… Pero, bueno, ¿qué hora es?

Además, siempre he pensado que se puede hacer mucho con media hora. Y aunque disponía del tiempo contado como dice el refrán, alargué la sobremesa lo más que pude hasta que pedí un Uber para ir a Camden, mi primera parada. Viktors ya venía por mí.

“What are we waiting for??”

Viktors me dijo que le encantaba Portugal, y me preguntó que qué tal era. Le dije Gracias, y que supongo que es lindo. Yo no sabía que El Salvador quedaba en Portugal, hasta que hablé con Viktors de Latvia. Él es prácticamente inglés, dice. Se quejó del sistema, de Brexit, y me habló un poco acerca de su idea de hogar. Muchos nos sentimos así con respecto a la nacionalidad y las fronteras, Viktors. De nuestros lares, lejos de Portugal, fuimos colonizados, amigo.

Cuando Uber me pidió que calificara mi ride con Viktors, debí de haber dicho que era el mejor conductor que he conocido en mi vida, y eso que nací en el ’87; Viktors no era mi primera vez en el asiento de pasajera. Hola, Viktors, ¿qué tal?, empecé. Luego, habiendo avanzado ya unas cuadras le dije Mierda, Viktors, ¿será que podemos regresar? Es urgente… Había olvidado las llaves a la maleta que me estaba esperando.

Me bajé al otro lado de la calle, boté mi billetera en media calle, y procedí a recogerla sin ver si venían más carros. Viktors tenía que dar la vuelta: sugirió hacerlo en lo que yo recogía las llaves del piso en Camden, de modo a recogerme justo en la entrada. No te vayás sin mí, Viktors, pensé. Me recibieron de nuevo rostros de aflicción, apostando que no iba a llegar.

“Mejor quédate, pendeja.”

Pero si me deja el avión mejor estar allí en el aeropuerto encontrando soluciones.

Seguí mi camino.

Con la misma tranquilidad con la que me atravesé SoHo buscando el camino más eficiente para llegar al restaurante correcto, iba de pasajera viendo arcos y calles, el Uber encendido en mi celular sin señal ni datos, y le pregunté a mi conductor-amigo, así al suave, ¿cuánto crees que nos tardemos en llegar a Camden? Porque, la verdad, yo tengo que ir al aeropuerto.

Viktors se echó el rollo –el mal planning, la maleta hecha esperándome… Mi vuelo se iba en dos horas y yo estaba como a tres horas, (“Technically, you’ll be fine.”) pero podría llegar en menos si cogía el shuttle a tiempo, lograría llegar a Gatwick a tiempo. Wait me, my Darling.

Gracias, Viktors. Es lo más dulce que me han dicho.

Pero no llegué a tiempo, pero no me dejó el avión tampoco. No me querían dejar entrar, pero el vuelo estaba atrasado. Paty 1 - Universo 0

Here’s where the story ends

Llegué como a la 1 AM a Gracia, Barcelona. Lesseps sería mi hogar por una semana, y se me atascaba la llave de la habitación 911. Dios guarde, que solo. Me había divertido tanto en Londres, en compañía de 11 compatriotas, idiotas. Bueno, mi soledad tenía un aspecto positivo: podría aprovechar la tranquilidad, la calma para leer y escribir, y terminar de leer Houellebecq y acabar con las historias a medias que ando, como migas, al fondo de mis bolsillos.

En vez, lo que hice fue poner Nicki Minaj y Enrique Iglesias para llenar el vacío y transportarme de nuevo a las risas de todos los paseos ingleses de ese verano, mi chaqueta tirada en Inglaterra.

Una cucharada de Ataco

mural de Delirio

Me pregunto si algún día dejará de saberme a mayo una ida Concepción de Ataco, Ahuachapán, mayo con una cucharada de junio, porque pues sí, la lluvia de junio fue mi hamaca, bebimos café y pintamos, I like to read and you like to write, con los cafetales en frente, en las faldas de la sierra de Apaneca, sus vestidos verdes. A lo mejor no me lo pregunto tanto, pero sí: cada vez que llueve en San Salvador, viajo a un día de mayo en Ataco.


Pero en cada pedazo de Ataco hay varios mayos, varios globitos de pensamiento, varias primeras veces. Vuelvo a cada uno de ellos, puntualmente, es más, si no te gusta mi memoria no me lleves a Ataco, y si no me gustara la nostalgia no podría pisar un pie en la Ruta de las Flores. Esa ruta es, de hecho, un campo minado y haré su correspondiente topografía en su debido momento, porque recorro con cariño las cabañas de apaneca, los farolitos de ahuachapán y las bodas y jardines de Los Patios, salcoatitan; y con mucha cautela las madrugadas con aguardiente, esto del chaparro y el chamán y yo fue hace mucho. Esas son historias para contar en otro momento.


Me gusta reírme con la carretera a Sonsonate, pasar por El Jobo, y entrar por Sonsonate. Así puedo saludar las calles de mi padre y mis abuelos, imaginarme a sus padres y a sus abuelos y tratar de rehacer el recuerdo de cuando visitamos una casa en ruinas, la misma en la que se sospechaba que existían las cucarachas y ratas más grandes del mundo. Adiós, casa, salú cementerio; no he vuelto a la tumba de mi abuela (nunca te conocí, Elena) pero los mismos verdes y turquesas ese cementerio me acompañan a todos lados, así como el rostro de mi padre en Sonsonate, a Salvador le encantaba llevarnos a dar vueltas por Centroamérica y ahora lo llevo yo, de vez en cuando, evitando baches, aprendiéndome las carreteras, como cuando llevé a mi madre, un 10 de mayo, bajo su propio riesgo. Lo logramos, pero me equivoqué por lo menos tres veces en el camino a Ataco y en el regreso. Qué dicha que se hace tráfico en Lourdes.


Al menos esa vez no iba de goma, como la vez después de la fiesta adonde B., un intercambio de regalos que se nos salió de las manos. Bailé demasiado. No recuerdo donde dormí… y me levantaría de malas para ir a un almuerzo. Ya no eran horas de seguir de goma, pero un batido en ayunas no había sido suficiente para regular mi sistema nervioso (nada lo logra, nunca es suficiente). Mi sobrina tenía 9 meses, iba llorando, expresando más elocuentemente el malestar de todos los que en ese caso sufrimos el tráfico de un sábado en Los Chorros, sufriendo; no vuelvo a chupar. Ese día mi sobrina jugó con una lechuga, fascinada, sobre el mantel puesto en la misma mesa en la que, años antes de que naciera, despedimos sus padres, au revoir R y F, que les vaya bien en Canadá; y yo con una gripe y sobrepeso por exceso de equipaje emocional circa 2010 que no podía con mi vida; aparentemente nunca estoy entera cuando voy a Apaneca.


En Apaneca, en el 2006, aprendí que el paladar ronero es un arma de doble filo.


Prefiero Ataco, no me hacen tan bien las lagunas de las ninfas y de las ranas como los calles de piedra, o la terraza del Segen, o las riguas en la calle… tanto así que una vez llegué a dormir a Apaneca, pero me adoptó Ataco. Fue mi primera vez el hostal Villa Santo Domingo , con pláticas absurdas que no recuerdo, hospedada con un set de hermanas que no son mías, no consanguíneas, y un cuadro con unos perritos enamorados, totalmente marginal al concepto que uno se imagina cuando piensa en las montañas de Ataco. Al día siguiente lo olvidaríamos todo con chorizo y tortilla en la plaza, yo con la ropa de la noche anterior y un sombrero nuevo, y fotos rápidas con Blackberry; mi hermana real no estaba nada contenta.


Y entre octubre y febrero, los atardeceres coquetos que se asoman por las montañas de la Ruta de Las Flores, desde Sonsonate hacia Ataco, son más intensos; los colores, más vivos.


***


Cuando tomo el desvío en Ahuachapán para llegar a Ataco, habiendo perdido la cuenta de los redondeles e intersecciones decisivas que previo a ese momento te tientan con opciones como Guatemala, Los Naranjos, Santa Ana, no necesito volver a ver a mi derecha para saber que allí está el Súper Selectos mas cercano, al que mas de una ve fuimos por cervezas, cigarros, hielo. Regreso a cuando, de pasajera, leía rótulos, embriagada, contenta, adormitada detrás de lentes de sol, algún problema amoroso detrás (o por venir); mirá, allí dice Los Ausoles. En ese desvío me regreso a duchas del 2012, al agua congelada de las duchas en clima frío, de hospedajes en ataco, a la vez que mi laringitis aguda empeoró y canté Edith Piaf de todas formas; y no hay día en esas curvas en el que no exclamo “mountains!”, con mucho cariño, porque son lindas las montañas de la cordillera de Apaneca.


Pero una vez las pasamos y entramos a Ataco, veo con complicidad a Diconte & Axul, la tienda de artesanías, y al café El Sitio, pues llevamos mucho rato de conocernos, Say Hello,Wave Goodbye como amantes que no es que no se quieren, es que no funcionan juntos; antes no habían tantas cosas en ataco, pero no importaba. Un almuerzo en el primer local de Tayua y un postre en Las Flores de Eloísa, una tarde que guardo con cariño, porque me fui con buen ánimo y regresé con más paz, guardando el secreto del mejor tiramisú del país, allí cuando aún comía postres sin culpa. Dije que algún día volvería, pero a vivir en una cabañita, una casa árbol à la Shel Silverstein edición El Salvador circa 2025. Paty del futuro vuelve al Jardín de Celeste, por salsa de loroco y chiles rellenos. Esos sitios están amarrados al recuerdo de mis padres, en paseos, juntos, costumbre que cumplirá más de una década de haberse perdido.


Pero con la arqueología de recuerdos de Ataco se recuperan los vestigios invisibles de cenar pupusas un domingo, sin nadie más en el pueblo, solo hologramas. Conozco un techo y un par de terrazas que albergan a citadinos, y sé a qué sabe aprender a no regresarte a la ciudad cuando se empieza a hacer tarde y aún, con minuta “El Macizo” en mano, no te dan ganas de volver a ciudad. Te quedas en esos momentos a los que luego vuelves, un lunes por la carretera, un día de mayo.


Entre Santa Ana y San Salvador hay un peñón que no he bautizado, pues a veces se me pierde y no lo veo. ¿Cuántas veces nos habremos visto antes de conocernos? Siempre que me regreso por ese lado, me detengo en mi mente a comer yuca en Chalchuapa afuera del sitio arqueológico El Tazumal, y busco el pedazo de carretera que me enseña esa peña, linda, “¿qué es esa maravilla?”


***


Fue hace un poquito más de un año que, en un poquito más de tres semanas, cambié mi vida, y compré un boleto solo de ida. Caí en la cuenta de que tenía ratos de no ir al mar, como unos meses, aquí en El Salvador. A lo mejor antes de irme debía ir a ver a mis palmeras. De pronto vi el cielo nublado de la época lluviosa y cambié de parecer: “la verdad es que no voy a extrañar el mar de mayo; a mí las palmeras de enero son las que más me gustan.” Porque los cielos azules de San Salvador me jalan al lago o al mar, a tocar los bordes de la civilización, con brisa y poca ropa. Los cielos grises me saben a montañas, mayo me sabe a Ataco.


“¿Querés ir a Ataco?”


Mi jueves 26 de mayo 2017 se lo dediqué a despedidas. Me despedí de Atiquizaya, cuando paramos en una hojalatería. Me despedí de Ataco, cuando pintamos un mural con Delirio afuera de Terra Mantra. Me despedí de quienes conocí ese día. Lo cerramos con pasta debajo de la lluvia en Piccolo Giardiano, allí en Ataco, lugar del que había oído hablar. Hola y adiós, nuevos sitios y amigos. Las calles estaban vacías, y se vaciaron en ella mis viejos recuerdos de amanecer brindando y dormirnos sonriendo. Adiós, Ataco. Adiós, Julia Díaz en el Museo Forma, la noche de ese jueves. Adiós amigos en Capital la noche del viernes. Adiós, padre que me fue a dejar al aeropuerto con mi resaca de goodbye beers, y conversaciones, y proyecciones, en la barra de Capital. I scrolled down my timeline and saw things I’d miss, hasta que puse el teléfono en modo avión.


Le conté muchas cosas a D., cuando fuimos a Ataco este último sábado. “Tenía un año de no venir”, le dije a D. “¿No te he contado el episodio Nueva York?” Esa historia es un poco más larga que la de la vez que amanecí en Misión de Ángeles, justo donde nos estábamos tomando “una cerveza”, aquí mismo. El menú de ese lugar me recuerda al desayuno que no me pude comer cuando me levanté una mañana, y fui corriendo de regreso al cuarto, N., salite de la ducha. Habíamos llegado en una procesión ebria, y yo lo más feliz que había estado en todo el 2015. Aquella vez amanecí mal, pero fui fuerte, aunque fueron los electrolitos, de la gasolinera del Congo, los me ayudaron en nuestro trip Indiana Jones en el Tazumal. Terminamos en Coatepeque, señalando los lugares en los que gozábamos cuando nos veníamos de pequeñas, con N. N se iba a quedar a dormir, pero mi cuerpo no podía con otra noche en esas montañas. Esa noche, debía dormir en San Salvador; sentimiento similar a cuando regresé de Nueva York, ese feeling de “ya estuvo”, la madre tierra jala. Ajá, tenía un año de no ir a Ataco.

working con Delirio 


GuardarGuardar