Red Octobers

Nostalgia 

La historia es larga, y no la voy a contar; pero incluye varios episodios, y un final, que sí voy a contar. Hace dos años en octubre, yo me jactaba de mi capacidad de tomar. Podía tomar con frecuencia, en cantidades considerables, una variedad de alcoholes. Pero desde octubre de 2014 hasta ahorita me tengo que medir porque ¿qué pasa que ya no tolero el alcohol? Pasé un mes sin tomar entre octubre y noviembre, pero como no era lo que creíamos que era, lo reanudé todo entre noviembre y diciembre, hasta que el 28 de diciembre mi cuerpo dijo No, men, de verdad no puedo tomar. Y así empezó mi sobriedad absoluta que duró 11 meses. “No tome mucho”, me dijo la doctora. Rompí mi sobriedad con un gin tonic, cuatro whiskies, un ron y un tequila y me fui a dormir con migraña, ¡pero es que se casaba una amiga de infancia! Bailé reguetón y todo, y no morí. Y diciembre del año pasado hasta hoy me ha enseñado que de verdad, pues, aunque tome, siempre estoy sobria; y no puedo andar tomando mucho, porque tengo que cuidarme mi pequeño páncreas. Era el azúcar. Abstinencia de alcohol, de postres, de harinas. ¡Es tan difícil omitir de mi dieta cosas ricas! Y mientras no lo haga, no puedo tomar mucho. Y mientras no pueda tomar mucho, no puedo tomar un montón de cosas. Aquí empieza la historia de las cosas que ya no tomo y a qué me saben, porque la nostalgia no es una cavidad, no es hueca. La nostalgia son piedritas que viven firmes allí dentro y sale y bailan en mis papilas gustativas cuando recuerdo lo que ya no saboreo.

No tomo vino tinto, porque me deja en cama y una señora muy amable y agradable me dijo que a ella le pasaba lo mismo. Ella me recomendó ansiolíticos y whiskey. El vino tinto me sabe a que se me aguada la cara y el cuerpo, y sonrío y platico desde la primera copa y, de pronto, un abrazo. La última vez que hice trampa fue por indulgente, con Aves del Sur.

(“¡Todos deberíamos tomar vino blanco! No deja manchas.”)

No tomo vino blanco, pero lo tomo cuando se me vienen los flashbakcs de un viernes en la piscina de una casa frente al mar. No había nadie en la playa, estábamos solas con las anécdotas de una conversación telefónica desperdiciante (neologismo del acto de desperdiciar) y el masaje revolvedor del sonido de las olas y las boquitas. Fuimos a tomar fotos, no sin antes desperdiciar tiempo en la piscina. Lo mismo va para cuando veo las sillas de una terraza y añoro cortar la tarde a la mitad, en época de estudiante tiempo completo, descalzas, platicando con vino blanco. “No prefiero el vino blanco, pero siempre hay momentos de vino blanco.”

No tomo mezcal, pero es porque me gusta demasiado. Me aguada las emociones y me duerme, pero despierta otras sensaciones. Sabe que se te destapan las inhibiciones y todos los sentimientos se vuelven válidos. El mezcal y yo no podemos estar juntos, es mejor que vivamos tan lejos el uno del otro. (Mezcal, te amo, vení.)

No tomo Armagnac porque no soy un señor que vive de sus visitas a la cava y cenas que cierran con quesos olorosos y pláticas encendidas sobre las elecciones regionales. Es muy fuerte el armagnac, como madera destilada que te abre el olfato y te abraza con terciopelo. Alucino pensando en armagnac, con noches que parecen buena idea estar dentro del bar mientras la puerta ya está cerrada, y deberías estar del lado de la calle pero no, estás adentro.

No tomo cidra porque sí tiene alcohol pero no sabe a alcohol, cuando mi sustituto ideal fuera un cerveza sin alcohol, no algo que me acuerda a Snake Bites estudiantiles, pintas de medio litro llenas de cidra y cerveza. Rondas de eso y de Red Octobers, mezcla letal que abrió la caja de pandora de hablar sin filtro, de mirá que mi roommate y yo deformamos la letra de las canciones y una vez hice tal cosa y otra vez pasó tal cosa y…

Y lo malditos Red Octobers. “Quiero un cóctel”, dije yo, habiendo dicho Vas a ver, Laurent, voy a pedir un long island ice tea, y voy a volver con un… y me ofrecieron Red October y lo tomé. Llevaba dos shots de vodka, uno de licor de no-je-qué y un toque de Scweppes, para disfrazar el veneno (del malo, no del puro). Y yo en mi variante, lo preparé con infusiones de Oaxaca y con sirope en vez de licor de no-je-qué. ¡Letal la dulzura del Red October!

Y tampoco tomo Long Island Ice Tea, ahora que lo pienso. “¡Tengo una gran goma! Y solo me tomé dos Long Island Ice Teas….” Pero, querida Carmen, solo uno de esos trae mil licores, como el 41 con cola que casi me mata otra vez; como el Long Island Ice Tea que nos pedimos con Carmen en la barra antes de almorzar como señoras, a los 19 años. No, ya no puedo tomar, pero recuerdo el sabor de esos momentos con alcohol.


Oct' en Antigua Guatemala
Patricia Trigueros

Paty Trigueros

105 lbs, Sagitario, 1m56. Paty Stuff son las cosas que llenan mi agenda, las reseñas y anécdotas que lo recuentan. Hablo español, inglés, francés y spanglish. Me exilié en Francia por cuatro años y al regresar caí en copy publicitario, entre otras cosas. Redacto, escribo, traduzco, me río, tomo mucho café, soy una fumadora de medio tiempo y como como señorita pero tomo caballero.

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