Mostrando entradas con la etiqueta travel paty. Mostrar todas las entradas

Lotería de viajes exprés






LOTERÍA DE VIAJES EXPRÉS*

*título y ejercicio concebido luego de leer Matria, de A. Lytton Regalado

El viaje exprés, por definición, no es lo mismo que un viaje corto: es un viaje hipercorto (e “hiper” es mi nuevo sufijo preferido, pero no vamos a hablar de eso ahorita.) El viaje exprés tiene su magia particular, mientras que en los viajes cortos abunda el tiempo y se extiende la agenda. En los viajes cortos, hay espacio reservado para descomprimir y también viajar, sin instalarse, permanecer extranjero pero familiarizarse. El viaje express, en cambio, te obliga a obviar lo más posibles las señales de viajero, y tomar con naturalidad la breve estancia, el tiempo, las opciones. No hay tiempo para cosechar la consciencia de la condición de viajero, ni el modo pasajero. Hay que afrontarlos con cotidianidad, poco equipaje y levedad de espíritu.


Las complicaciones y la logística de viajar, con tiempo limitado, aunque el traslado físico sea real, uno jugando a ser inmune: como la vez pasada que pasé como dos horas en tráfico para llegar a Antigua Guatemala, solo para ir a tomarme un café, y ya [exagero, fueron más las horas en carro y no solo tomé café, sino que comí tacos y también grabé audios para un trabajo]. Abajo, un amalgama de viajes exprés.


LA FIESTA


mayo 2018


Si tenía que estar en San Salvador ese sábado, y el evento era jueves, pero jueves en la mañana había un… en fin, la única manera de estar en todos los lugares al mismo tiempo era haciéndolo. No era cualquier fiesta, tampoco: era el estreno de casa de Little Coins. Lo habíamos empezado a planear a finales de abril, en una mesa de Café Despierto con pizzas que nos coqueteaban desde su estructura para servir, elevadas. La planificación había seguido y aproveché las 5 horas de trayecto para entregarme a mi almohada para el cuello en un efervescente monólogo interno y poco trabajo. Llegaría solo a maquillarme, ponerme aretes e irme a 1001 noches, a las oficinas de Little Coins. Iría a reír, comer y beber. Encontrarme con caras conocidas y otras nuevas, y unos colegas, y qué tal si no hablamos de lo que ambos sabemos? Si buscás nuestra amistad en Facebook, encontrarás versiones más jóvenes de nosotrxs comiendo choripanes a las 2 AM afuera de la z. 14, pero esta vez no hablamos de esto: esta vez reímos de cosas que no tienen que ver con las camisas Havoline que llevamos puestas ese viaje corto, el de esa foto de la que no hablamos; esos momentos de 2011.


Las conversaciones del after, entre dos, fueron geniales.


El día siguiente se lo dediqué a mi resaca. Me habían ofrecido ponche para llevar y tuve interacciones innecesarias por What’s App hasta las 2 AM, pues a cualquier se le va un chiste interno con dedicatoria en un balcón. Pasé en pijama y eventualmente recorriendo el apartamento ilustre de Casa Américas, hasta que fue hora de irme. Sería la última vez que nos veríamos, pero yo no lo sabía.


La agenda (apretada) ignoraba la precariedad de tiempo que disponía. Me alcanzó para tener brunch en Café Despierto, we meet again, gesto que agradezco y que desencadenó una serie de pláticas con palabras dulces sumergidas en café. Y para cerrar, un café con Papalota Negra y su estrella de ese momento, Óscar Donado. Un abrazo en 3D, antes del bus hacia la vida real, sin batería en el celular.


Nunca tengo batería en el celular.

EL PUEBLO REVOLUCIONARIO


octubre 2017


Eran las 7:00 AM en San Salvador y yo estaba bañada y semi-vestida (probablemente en bata, probablemente a duras penas arrancado el día, contemplando el vacío cual novela de Virginia Woolf) frente a mi computadora, en mi estudio. Así comenzaban mis jornadas laborales, las de hace un año, no las de hoy.


Cathy me interrumpió mis vacilaciones con una invitación a ir a Cinquera, pueblo revolucionario en el departamento de Cabañas que conocía yo solo de nombre. Una “joya turística llena de historia,” sin duda. En una agenda rígida de profesores del Liceo Francés guiados por el testigo Rafael. Ella tentó su suerte, y no sabía qué respondería a esa propuesta impromptu de irse de viaje en unas cuantas horas. Dije que sí.


El tour empezó con un almuerzo en San Sebastián y compras en Ilobasco… pues, allí compré sorpresitas pícaras que quedarían tiradas en la parte de atrás de ese Toyota por meses. También compré café, para mi alero Eduardo y yo. Equipo Cinquera, allí vamos. Luego, nos instalamos en el hostal de nombre genérico como El Hostal, con quien luego negociamos un precio más barato debido a la averías del baño de la habitación y los daños a la paz mental. En el interim entre la cena a las 6:00 PM y la bienvenida al pueblo Cinquera, hubo un paseo con cerveza en mano. Apreciamos los murales de la zona y el monumento homenaje a las víctimas de la guerra, y a Monseñor Romero. Luego, con nuestra Pilsener camuflajeada, Rafael nos dio el discurso introductorio al tour de Cinquera: la historia de una guerra, su historia dentro de la guerra, los cerros aledaños y lo que sufrieron los que vivieron la misma historia de Rafael, allí en Cinquera.


Pero después de la noche de no dormir, no pude irme con los demás a conocer el pueblo y el cerro y la zona. Me habían prometido caminata y cascada, pero yo tenía que trabajar. Un día laboral, pero en Cinquera. Y ellos volvieron enlodados, y yo olvidé mis mom jeans favoritos en El Hostal, y comimos en Suchitoto, antes de volver a San Salvador. Volví cabal a tiempo para bañarme de nuevo, cambiarme e irme al Teatro Luis Poma.


Ese día, al volver de mi viaje exprés, lanzaron Distópica y hablé de mi texto, “Oro rosa”. También hablé de otros textos, con cervezas, y de otras cosas. Mi mente aún estaba viendo al lago Suchitlán.



LA GRANJA
agosto 2017


Llegué afónica a Hacketstound, N.J., tras haber sufrido de una gripe (la verdadera maldición de Moctezuma es la laringitis aguda potenciada por el cansancio inminente de los viajes cortos a México en general; al D.F. en particular) *tos* Descubrí a Penn Station, en Midtown, bajo el lente empañado de mi malestar, no sin antes tomar un subway desde Nostrand Ave., la estación/avenida limítrofe de los barrios Bed-Stuy y Crown Heights – mis barrios.


Hackettstown está compuesto por granjas: una cama de Lego verde con arbolitos. Sobre ella, casitas, bloques, cul-de-sacs y árboles. La gente de mi generación que trabaja en estas granjas está reinventándose, pues no puede parcelar tierras agrícolas. Yo quiero reinventarme con ellos y ofrecer tours y sandías y elotes y sándwiches. Hay un súper entero de licor y cervezas, “esto no es una tienda, es un universo”. Probé más IPA’s y cené una porción para una persona capaz de alimentar a 3, en un diner que sirve comida las 24 horas, al que chicos de Nueva Jersey solían ir por café ralo ilimitado y cigarros. Cené donde se gestaron infinitas intrigas de amores adolescentes, tal cual lo representa Hollywood en Say Anything de Cameron Crowe, por nombrar un ejemplo. Dormí en una escena de una película gringa, de esas que pasaban en el cable y con las que uno se encariña.


No era mi primera vez en N.J., ni será la última. El domingo bebí blueberry coffee, algo que tachar de la lista de cosas que hice sin antes haber sabido ni siquiera que existían. Fue el acompañamiento de mi cacerola rara de huevos estrellados en una especie de ratatouille de verduras recién cosechadas, y una cama de papas, porque todo es mejor con ese tubérculo. No quería volver a Nueva York, un amalgama de competencia en el que no sé de donde viene lo que a uno le sirven en el plato… no como en Nueva Jersey, donde los menús cambian según temporadas. ¡Y es que hubiera podido ir a cosechar mis propios duraznos! y luego hacerme experta hacedora de jaleas gringas.


Cuando muera, quiero que me recuerden como una mujer que amó la vida rural de Nueva Jersey y siempre se declaró fan de las papas. Y, quién sabe, a lo mejor acabo viviendo en mi propia granja norteamericana, perpetuamente afónica y ebria de fruta fresca fermentada. Les enviaré un día una invitación a una boda en Louisville, Kentucky y verán que no hay nada de malo con el exceso dentro del aislamiento.


LOS ALMUERZOS
mayo 2017





“We all have our rituals”


Uno de mis rituales es almorzar con un caballero cada vez que estoy en Guatemala, al principio o al final. El caballero se llama René y nos conocimos en el 2003, en San Blas. Hablamos de Harry Potter en la arena. Fumábamos de escondidas.


No recuerdo mucho de ese día entre semana, en mayo. No me fui en bus, me fui en carro, con el ahora difunto servicio de Intercity. Trabajé las cuatro horas, desde el cel, a través de Google docs. Esta vez almorzamos en Oakland. Pizza o pasta, o ambos; y los dos, René y yo, teníamos historias de Nueva York.


Fui al mercado central, por lo que iba, y encontré cosas que no esperaba. Después no sé si volví al apartamento de René, o si fui por café. La noche estaba apartada: cena con mis amigas de infancia, porque después me iba a Nueva York sin planes de regresar.


Los planes cambiaron. Vuelvo a guate, pero hace ratos que no almuerzo con René.

EL CUMPLEAÑOS
noviembre 2008


El viernes 28 concluyó una semana difícil, de esas de desvelo haciendo disertaciones de literatura comparativa y ejercicios lingüísticos en dos idiomas. Media vez había terminado de poner la última coma y el punto final en mi tarea de Dino Buzzati y Franz Kafka, tenía una copa de vino en mano… o vino, en un vaso, y labios enmoradándose. En calcetines, jeans flojos y camiseta de esas que es pijama o blusa dependiendo del contexto, soirée pequeña en la sala de mi apartamento compartido en Bordeaux. Muchísimo vino y muchísimas risas, sobre todo cuando nos repartíamos historias colectivas y, por turnos, le contábamos al invitado. Sergio era externo al grupo, y el grupo “muy querido.” Boté todas las tensiones, recordé viejos chistes y a caras conocidas y, de repente, me levanté a llamar a Matías. Nada más oportuno que estar despierta justo a las 12 AM y ser la primera en felicitarlo. “¡Te veo mañana! ¡Me voy a Poitiers!”, le grité al teléfono.


Fue una decisión tomada en el fervor de momento que presentaba un riesgo elevado de ser una promesa en el aire, pues esyaba yomando y sin boleto de tren. Pero el día siguiente, reconcí las paredes de mi cuarto y las dimensiones de mi cama y parpadée, buscando irrigar mis ojos con los últimos flashbacks. Huí a Poitiers, para evitar una reproducción semejante. Me había excedido y llegué a darle clases a Charles, un mi alumno que quería reforzar su inglés porque trabajaba en hotelería y turismo, con un boleto comprado y el cerebro a medias. Al terminar de analizar las diferencias entre “since” y “ago”, con ejemplos como “This yoghurt went bad 5 weeks ago! It has been bad since october 21st!”, me fui a Poitiers.


Esa fue la noche en la que perdí una bufanda, comí rissotto con el cumpleañero quien me hizo huevos rancheros al día siguiente. Hacíamos acentos como en nuestra adolescencia y nos sentamos en el piso de su apartamente a actualizarnos más: relaciones, tareas e universidad, secretos culinarios y cadáveres exquisitos. Hicimos una eppopeya que luego transcribí de mis recuerdos, la esencia misma de la tradición oral, en mi tren de regreso a Bordeaux. Es lindo visitar a Matías, la verdad, aunque sea por 24 horas.


LA EXPOSICIÓN


mayo 2008
Recién llegada de uno de los viajes más largos de mi vida (pero no el más largo), le escribí a un ÉL. Le dije que estaba en París, que me iba al día siguiente; que casi, casi nos veíamos para su cumpleaños. ¿Irme con mis maletas a dormir a su casa a un after? No, no gracias. ¿Exposición con desconocidos? Sí, eso sí. Pero no fui sola.


Me acuerdo de la artista que exhibía esa noche. Su vestido era largo, de tirantes, con un patrón como un pañuelo. Recuerdo las dimensiones de la micro-galería en una callesita no muy lejos de la parada de metro Bastille, y la luz perfecta. Las paredes blancas. Me acuerdo de las sonrisas, del maquillaje y del juguito que nos tomamos en el bus. ¿Era bus? No, no sé.


La noche no terminó en la expo, sino que nos fuimos, parte ahora del clan de desconocidos, a un restaurante. Hubo comida brasileña/árabe y champán, y pastel. Nos demoramos. ¿En qué momento es de buena educación irse?


Nunca, aparentemente. Nos quedamos hasta que se puso más incómodo. Perdimos en el último bus nocturno hacia Porte de Lilas, el barrio en el que ELLA, mi alera de esa noche, y yo siempre pedíamos combos en el McDonald’s de la esquina.


Lo que hicimos fue pedirnos una cerveza cara en la terraza de un bar de Bastille, comprar una cajetilla cara de Camel, dividir la cuenta en dos e irnos en taxi, riéndonos de nosotras.


LA SERENATA
marzo 2009


Mi querido amigo, antiguo co-star de la serie “El amor de mi vida”, me llamó justo cuando estaba viendo una cosa de unos boletos a St Raphaël, en el sur de Francia, un viaje esperadísimo. ¿Por qué no ir a París por un día, en vez? Mi tren al sur iba a posponerse por huelga, y la huelga iba a habilitar algunos trenes principales.


Hicimos una despedida con el vecindario (3 invitados, incluyendo a mi compañero de piso) para desearme buen viaje. Viajé sin nada, prácticamente. Iba, en teoría, a volver a Bordeaux 24 horas después no más a coger el tren nocturno al sur. Iba jugando una lotería, pues me subí y bajé sin pagar. Me preocuparía por el regreso, pero no en ese moment.


¿Qué hicimos? La noche se la dedicamos a cervezas y pizza barata con ÉL y ELLA (los mismos del cuento anterior), mi querido amigo y yo, sus compañeras de piso… una reunión familiar efímera, pero sentida. Al día siguiente paseamos, y cerca del río, hablamos de todo menos de él y yo, como verdaderos amigos. Nos habíamos demorado en llegar, pero allí estábamos. Ese mismo día me tenía que regresar, pero no pude.


Me salía muy caro volver a Bordeaux, para tomar el tren original. Estábamos en mi segundo hogar, el apartamento de mi querido amigo y amigas, escuchando Charles Aznavour, entrada la tarde. “Te sale más barato quedarte a vivir aquí,” pero no lo hice. En vez, me fui al supermercado a comprar provisiones y ropa extra. Hice malabares y compré un boleto de tren extra, y ya allí sí ya nos despedimos, como amigos. “Nos vemos”, nos dijimos. Opté por escuchar Charles Trenet y escribir y escribir, en este nuevo tren nocturno de 8 horas hacia el sur.


***


Quisiera más viajes exprés en mi vida. Ir al gimnasio regularmente, para tener a condición física que requieren estas idas y venidas. “Y vos qué venís a Antigua solo por dos horas?” Y sí, esa es la respuesta. Si pudiera hacerlo más lo haría, eso y otros viajes exprés, como la ida a comer tapas a Madrid que concebí en mi mente. Dos vuelos, un transatlántico, un sentimiento de crisis existencial, dos líneas de metro y un par de tapas. Aprovecharía para saludar cálidamente a mi querida amiga Carmen, y nos bajamos el agrio sabor a locura con un Vermut, y ya; de regreso.


mis volcanes

Mi primer viaje a Brighton


arqueología de emails 2006


“I never told you about my trip to Brighton?”



Nunca hablé de mi primer viaje a Brighton.


I mean, I did, pero decirlo así es un mejor prinicipio para una anécdota. After all, I am known for ser dramática.


En un verano occidental/invierno tropical, yo, empalidecida por el consumo cuestionable de alcohol y la falta de sol, me subí al carro de un nuevo amigo. Usaba una falda ahora difunta, gris, corta, circa 2006; mi pelo largo me tapaba el rostro en un intento fallido por emular a Farrah Faucet u otro ángel [secundario] de Charlie y de mi bolsillo se cayó una tarjetita amarilla. Mi amigo lo recoge, lo lee y me lo entrega


qué es eso
ah, eso


Pues, era un boleto Gatwick-Brighton. Un boleto de tren, preciso. Anaranjado con amarillo, algo desteñido pues llevaba meses en mi bolsillo.


Esto debe haber sido agosto de 2007. El boleto decía “mayo.”


Esto debe haber sido a finales de agosto, pues mi amigo a quien llamaré Chandler (para proteger su identidad, y evidenciar la ficcionalización de la realidad pues no conozco a ningún Chandler nacido en San Salvador) nos conocimos alrededor del 16 (o 21) se agosto del 2007. Brindamos por nuestra elección de disfraces, quedamos flechados, nos entregamos a una serie de noches alcoholizadas.


Esto debe haber sido aquella noche que empezó en un elegante chupadero. La tele tenía puesto porno en mute que displayed the fastest doggy style I had ever seen, y bebí Pilsener con sabor a Golden, tras ponerme gotas para los ojos. En el traslado del sitio 1 a la fecha en la que reiríamos como enfermos de chistes que quedaron en el olvido, en el carro, se me cayó del bolsillo de la falda el boleto Gatwick-Brighton.


qué chivo
qué hiciste


El viaje a Brighton fue una locura. Un tres de mayo, por ahí. Un finde largo. Boletos (plural, porque cogí un bus y luego un tren y luego un shuttle y luego un avión, y luego el tren Gatwick-Brighton). Lo disfracé de decisión sensata, pero no lo era. Se armó de manera medio alrevesada, que no alcanzo a recordar, como si me hubiera gastado esos ahorros que creí haber guardado en la cuenta de mi cabeza; todo falla, en mi cabeza.


¿Cómo fue, exactamente?


Gab se había perdido –


[one of your usual hiatus, my dear, where your coordinates disappear from the map of my life
A geyser emerges and we reconnect
Come down and see me]


– y en ese lapso me ofusqué, reí, amarré y corté. Nos encontramos, de repente, sentados en una veranda de París solteros y desatrasándonos, “Vos, X preguntó por vos” y nos fuimos a Toulouse. Bebimos mini prensas francesas y escuchamos y cantamos Beast of Burden, fuimos a regar mentiras por fiestas y hubo guitarra y pijamadas en el piso y “deberías venir a Brighton."


Esa idea terminó de cuajar con un chantaje que involucró una web cam y una botella de vodka, pues volví a hablar con X. Con la reaparición de Gab vinieron mis correos y mi culto a Gmail, bandeja de entrada que me hacía feliz. Iba a pasar 5 días con X y con Gab; luego Gab vendría a Bordeaux.


Luego, todos seríamos amigos.


[i put on new self-love gear
my confidence, withered from moving
had just grown back, my feet
were on the ground]


Me esforcé en ponerme un outfit que dijera “no me esforcé nada”: camisa de botones blanca, skinny jeans talla “He engordado pero me siento bien” y un cardigan negro. Me planché el pelo a las 5 AM para enfatizar el look pseudo-cero-esfuerzos y me quemé la oreja haciéndolo. Luego, cuando finalmente me bajé del tren y encontré los “telephone boxes”, hablé con Gab, que me dijo que X me iría a recoger.


Cuando lo vi, le di un semi-abrazo muy incómodo y me regué el café encima, una mancha de café viejo atravesando todo el centro de mí blusa. Yo pálida y cansada, él pálido por naturaleza pero descansado. Nos fuimos a la playa de Brighton.


Me senté en piedras y me cambié de outfit in situ y desapercibida. Tomamos cervezas, fumamos algo que nos cayó del cielo y también mis Lucky Strikes. Aluciné. Luego, llegó una guitarra y una mujer que dijo “Wow, you read French??”

Junto a ellxs, llegó Gab.


Yo caminé a Mouslecomb temblando, de la mano de X. Compramos una botella de vino cada uno de 8 libras. Nos tomamos dos sorbos. Compramos leche. Nos la tomamos al día siguiente con té inglés, en un deck de mdera, con planes en el aire y una camiseta que no era mía, en la que había dormido.

Todas las noches de Brighton me la pasé con mucho frío, maximizando el potencial de aquel cardigan negro y de una ahora difunta chaqueta morada.


***

Yo no entendí muy bien, et pourtant je sais parlais Anglais–


[have you had a good time
It’s been great
Would you like a flap-jack to munch on?]


–y la última noche dormí en jeans y zapatos.


En el sofá del primer piso, vimos los pitufos. Bueno, Gab y X vieron los pitufos. Yo no entendí nada. Llevaba como 5 días comiendo una vez al día y alimentándome de nueces, pubs, cervezas, fiestas en casa con referencias de Sex and the City y soundtracks de Lost in Translation. Si me hubiera quedado, Gab, hubiera visto lo que pasó después del pub en el que un chavo se sorprendió con mi cajetilla de Luckies.


[are those lucky strikes?
luck man!]

Estaba muy cansada, y un poco triste al llegar a Toulouse. Descansé una noche en casa de otro Gabriel, y mi alarma fue otra guitarra. El cansancio y el acento inglés se me quitó. La tristeza duró un poco más.


Pero en el espacio del carro de Chandler a finales de agosto de 2007, no pude decir todo eso. Jugué con el fósil de mi boleto de tren y hablé de que fui a ver a un amigo, cuyo roommate había sido un amor platónico. Hablé de que Brighton es chivo, de que estuve muy poco. Fueron cinco días, y no he vuelto.


ah, osea que te fuiste en un viaje de amor
cállate, cerote


nada que ver
o bueno


me llegaba el roommate



arqueología de recuerdos
2006 > 2018

Paseo inglés (3


paseando sin maleta, ni noción de la realidad

Nota del editor [Paty]: Tengo como 3 años de andar diciendo que hoy sí, esta vez, me iré a vivir a Inglaterra. Allí encontré a mi hija y un jardín de rosas llamado Nostalgia, el mismo título llevaba un retrato mío hecho en la Costa del Sol en 2004. Son señales, obvio. Irme a vivir a Inglaterra y no Irlanda, por miedo a encontrarme mucho y regresar comprobando que siempre debí haber sido dramaturga y actriz, todo en uno, y curtida en whiskey y papas. Últimamente evito la música inglesa, porque de por sí me siguen los paseos ingleses.


The packing of the luggage would be followed by some educational reading or some less educational internet scrolling

No quería andar jalando mi maleta, no en mi último paseo inglés. No quería andar jalando nada, de hecho: me había deshecho de zapatos y de un bolsón en París, y en esa sala alfombrada que nos albergó en Camden, dejé una chaqueta de jeans, un anillo… y dejé hecha mi maleta, coronada con mi almohada para el cuello, de modo a solo pasar recogiéndola antes del aeropuerto, pues ya iba a concluir mi viaje express de jueves a domingo.


What am I supposed to do if I have the chance to visit my friends?


Nos habíamos regresado del centro de Londres hasta Camden en la luz azul de esa mañana. La fiesta seguía, probablemente, en varios sitios de Londres. Yo no sé en qué estado intermediario estaba, entre sí y no, viva y también muerta. Vale verga. Pasamos Primrose Hill, ah, mirá, ahí podemos venir mañana.

En efecto, lo hicimos. Dejé mi maleta empacada y una pequeña montaña de ira, de prendas, de desorden – no todo me puede seguir para arriba y para abajo. Estamos listos, vamos, a pendejear y tomarnos fotos silbando en la loma, la loma Primrose, caminando y tratando de mapear cómo íbamos a llegar hasta lo que nos faltaba por ver, y en esas vi a una niña en bicicleta con gafas como la mía: Mi hija, sin duda. Otro presagio.

Caminamos en dirección a más y conocimos, a fuerza de no saber a dónde íbamos, jardines y ríos, de esos que vienen incluido en parques. ¿Qué parque habrá sido?, me pregunto. Nos topamos con un jardín de rosas que decía Nostalgia, la nueva alegoría para mi mente y los recuerdo que irrigo.

Salimos del metro a recorrer –en un mismo remolino recorrimos– los clásicos. Las palabras claves que sientan la base –Picadilly, Oxford, National Gallery, Buckingham, Prêt-à-manger. "Burger & Lobster queda aquí cerca”, el mapa decía que SoHo era al lado. Íbamos bien de tiempo, viendo con prisa y parando para posar con libertad con teléfonos públicos, plazas, sándwiches, lo que fuera.

Solo que nos equivocamos de Burger & Lobster: nuestras amigas estaban mucho más lejos. No solo íbamos a llegar una hora tarde al rendez-vous gomoso que coronaría el fin de semana efervescente y accidentado, sino que yo corría el riesgo de perder mi vuelo. Decidí no estresarme antes de tiempo, preguntarle a desconocidos si ellos sabíamos dónde era. Caminamos, caminamos. Nos subimos a un metro, nos bajamos, cogimos un Uber, o no – no me acuerdo, pero cuando llegamos al restaurante que sí era nos recibieron rostros medianamente enojados mi equipo, y severamente preocupados por mi futuro. “¿Y no trajiste tu maleta?”

Ups and downs are what carefully shape that period

De lo más relajada, alcancé a comerme una hamburguesa petite mucho antes de que llegara la comida de los demás comensales quienes disponían de tiempo que yo no tenía. ¿Qué? ¿Acaso nunca han sufrido del mal de viajero torpe? De peores había salido… Pero, bueno, ¿qué hora es?

Además, siempre he pensado que se puede hacer mucho con media hora. Y aunque disponía del tiempo contado como dice el refrán, alargué la sobremesa lo más que pude hasta que pedí un Uber para ir a Camden, mi primera parada. Viktors ya venía por mí.

“What are we waiting for??”

Viktors me dijo que le encantaba Portugal, y me preguntó que qué tal era. Le dije Gracias, y que supongo que es lindo. Yo no sabía que El Salvador quedaba en Portugal, hasta que hablé con Viktors de Latvia. Él es prácticamente inglés, dice. Se quejó del sistema, de Brexit, y me habló un poco acerca de su idea de hogar. Muchos nos sentimos así con respecto a la nacionalidad y las fronteras, Viktors. De nuestros lares, lejos de Portugal, fuimos colonizados, amigo.

Cuando Uber me pidió que calificara mi ride con Viktors, debí de haber dicho que era el mejor conductor que he conocido en mi vida, y eso que nací en el ’87; Viktors no era mi primera vez en el asiento de pasajera. Hola, Viktors, ¿qué tal?, empecé. Luego, habiendo avanzado ya unas cuadras le dije Mierda, Viktors, ¿será que podemos regresar? Es urgente… Había olvidado las llaves a la maleta que me estaba esperando.

Me bajé al otro lado de la calle, boté mi billetera en media calle, y procedí a recogerla sin ver si venían más carros. Viktors tenía que dar la vuelta: sugirió hacerlo en lo que yo recogía las llaves del piso en Camden, de modo a recogerme justo en la entrada. No te vayás sin mí, Viktors, pensé. Me recibieron de nuevo rostros de aflicción, apostando que no iba a llegar.

“Mejor quédate, pendeja.”

Pero si me deja el avión mejor estar allí en el aeropuerto encontrando soluciones.

Seguí mi camino.

Con la misma tranquilidad con la que me atravesé SoHo buscando el camino más eficiente para llegar al restaurante correcto, iba de pasajera viendo arcos y calles, el Uber encendido en mi celular sin señal ni datos, y le pregunté a mi conductor-amigo, así al suave, ¿cuánto crees que nos tardemos en llegar a Camden? Porque, la verdad, yo tengo que ir al aeropuerto.

Viktors se echó el rollo –el mal planning, la maleta hecha esperándome… Mi vuelo se iba en dos horas y yo estaba como a tres horas, (“Technically, you’ll be fine.”) pero podría llegar en menos si cogía el shuttle a tiempo, lograría llegar a Gatwick a tiempo. Wait me, my Darling.

Gracias, Viktors. Es lo más dulce que me han dicho.

Pero no llegué a tiempo, pero no me dejó el avión tampoco. No me querían dejar entrar, pero el vuelo estaba atrasado. Paty 1 - Universo 0

Here’s where the story ends

Llegué como a la 1 AM a Gracia, Barcelona. Lesseps sería mi hogar por una semana, y se me atascaba la llave de la habitación 911. Dios guarde, que solo. Me había divertido tanto en Londres, en compañía de 11 compatriotas, idiotas. Bueno, mi soledad tenía un aspecto positivo: podría aprovechar la tranquilidad, la calma para leer y escribir, y terminar de leer Houellebecq y acabar con las historias a medias que ando, como migas, al fondo de mis bolsillos.

En vez, lo que hice fue poner Nicki Minaj y Enrique Iglesias para llenar el vacío y transportarme de nuevo a las risas de todos los paseos ingleses de ese verano, mi chaqueta tirada en Inglaterra.