Ganas de París


mi primer Manet

Hoy sí me hacés falta, París.

Íjole.

El problema es que después de cuatro años, me divorcié de Francia, condicionando ahora mi relación con ese país a términos de amor y de odio, porque no quiero volver. No funcionó. En el divorcio se dividieron los bienes por partes desiguales: París se quedó con mis amigos, yo me quedé con los recuerdos, y allí están las calles y avenidas lugares que quisiera recorrer cuando tengo ganas de lugares parisinos.

Empezara con un café. Me bajo del tren en la Gare Montparnasse y, caminando sin rumbo, termino sentada en Le Petit Journal tomando un café allongé, mi intento de sustituir al usual espresso americano. Aquí, hay conciertos y eventos privados; huele a madera y a cigarros, a Francia; y por el momento solo están montando el escenario con instrumentos. Es muy temprano, pero eso no impide que los meseros erguidos se acerquen y sirvan tazas de tazas a los tres sedientes que entran por las puertas, conservando el allure de la estética clásica, mas no clacisista.

Aprovecho para pasar por el Legay Choc. Tengo que cambiar de línea, y me bajo en la parada Hôtel de Ville, línea 1, línea amarilla del metro; ese sistema subterráneo inaugurado en 1900 que hoy tose y se queja por la mayoría de sus bocas. Avanzo hasta la Rue des Archives, no me aguanto por llegar, pues me hace falta el sabor de esa repostería única. Existe tal cosa como orgasmic patisseries: porciones de tartaletas de diferentes sabores que te dejan extasiado, enamorado. Sin palabras, un antídoto a la mezcla de emociones característica de la vida nómda y cambiante. Mi favorita es pistacho-durazno, pero la verdad es que pera-chocolate y manzana-canela son igualmente encantadoras, vamos, no les diré que no. Legay Choc, te amo; todos deberíamos de poder ir siempre a comprárnos esos postres, a mirarlos de cerca y saborearlos en nuestra mente inquieta, hasta decidirnos cuál nos comeremos. Amigos, deberíamos de poder estar todos en París con el tiempo libre necesario para que este día por la tarde vayamos con nuestras respectivas porciones de pasterlería francesa a sentarnos en la grama en la Place des Voges. Sí, allí al lado del Hôtel de Ville, en el barrio Le Marais, recorremos las galerías representativas de la Place des Vosges y nos hacemos a un lado de la fuente para la hora del café, osea chambreando con pan dulce. Que no pertenezcamos nunca nos ha impedido ir por los márgenes, ¿o sí?

¿Qué hacemos después? Nos juntamos en la parada de metro Place Maubert (bájate en Maubert-Mutualité, no en Cluny-La Sorbonne), el mejor sitio para ensemblar las tardeada colectivas de estudiantes errantes (ajá, allí donde hay una fuente rara que por algún motivo me gusta como ninguna otra) y subimos hasta la Rue Descartes, porque hay happy hour en El Melocotón. Bière pêche y su sonoridad divina, osea cerveza con sirope de meloctón, es lo que pido para empezar, así como en el 2006; así como cuando rebalsé de afecto, la amistad a flor de peli, on my fingertips, under the peach light... Pero nos terminamos pasando en el bar de al lado, a la Bodega, que huele a sangria, que nos deja espacio y chance para levantarnos y beber y hablar. Son bares que reciben amablemente a latinoamericanos gritones y que se conjugan bien con el presupuesto del turista/estudiante, ellos nos entienden, ¿qué te puedo decir? Cansa cuando se repiten, pero no cuando te hace una enorme falta la ciudad de Haussmann.

En algún momento se extienden mis piernas y también la noche, y me subo en rubo a Issy-Les-Moulineaux, y las distancias se acortan cuando corro, voy ligero, hay levedad cuando puedes caminar en la madrugada sola, arrastrando chistes, con afán porque querés llegar ya, al baño y a él... sin que te pase nada. Riesgos hay en todas la ciudades, pero algunas te frenan menos... ¿o eran mis medias de encaje y botines morados que armaron de confianza? No lo sé, pero la fiesta controlada y limitada por las contraintes de París sigue.

El sábado milagrosamente consigo las energías pos-fiesta para ir al museo. Quiero ir al Louvre a correr por allí como en Bande à part de Jean-Luc Godard y también quiero regresar al Musée d’Orsay, porque siempre es buena idea volver a ver a Manet, Monet, Dégas, Toulouse-Lautrec, Van Gogh, mis amigos impresionistas y posimpresionistas. No hay tiempo, creo, como para hacer las dos cosas en un día; pero ambas opciones se pueden compaginar bien con una caminata por Rue du Rivoli, pasando por la Seine y comerme una omelette en un lugar al que fui una vez. Más tarde, de noche, ese paseo al lado del río me hará pensar en otras películas: en cuando Catherine se tira a la Seine en Jules et Jim, en cuando bailan en Everyone says I love you. Ese lado de la Seine está cerca a Notre Dame; pero yo me quiero alejar, quiero pasear por el puente de Marlon Brando y bajar por un pasaje al lado del río, entre los dos puentes, que lleva directo a la melancolía. Es un pasaje estrecho hacia la soledad.

Ese sábado nos damos rendez-vous en La Rue Mouffetard, a la hora en la que las librerías ya han cerrado pero alcanzamos a ver por las vitrinas, porque es verano y anochece bien tarde. Quiero comer crepas saladas en Opti Grec. Quiero que la mía lleve vegetales sofritos como berengena, cebollas, chile, morrón; además de queso emmental rayado y jamón. Algo así, por como 6 euros. Y quiero ir después, llévenme, a Ledru Rolin, en búsqueda de un bar que nos recibió una vez con happy hour y refills de maní. Para eso, debemos de juntarnos frente a la gran Opera Bastille, sobre las gradas imponentes de concreto gris. Adentro, son dimensiones que nunca había visto antes de logística y teatro, sonido y escenografía, danzas y diálogos. El bar solo se encuentra si tenés un aleado, poca batería en el celular, estómago vacío y un colchón de chistes privados.

El domingo, espero, me despierto con vista a la catedral Sacrée Coeur, porque junto al paisaje de techos de edificios parisinos, es de las vistas que más me gustan. Desde allí desayuno baguette con mantequilla y jalea, y quiches recién hechos de la panadería de abajo. Ellas dicen, en lo que revivimos, “Oh, I love petit dej”. El inglés que se escucha en Montmartre se queda con uno mucho tiempo.

En la estación Marcadet-Poissoniers agarro la línea 4 hasta llegar a Les Halles, el centro, el epicentro. Me bajo, me salgo de la estación de metro más grande que conozco, y paso saludando al museo de arte moderno George Pompidou o Centro Pompidou, como quieran llamarlo. Hace años que no subo al segundo piso en el que me encuentro con los personajes que vuelan sobre ciudades de Chagal, los colores de Kandinsky, las manchas caóticas de Pollock, las formas de Miró. Allí afuera hay un super, el Monoprix, que te invita a pasar adelante y comprarte alguna bebida no-alcohólica y chucherías para sentarnos sobre la plaza, frente al museo, a platicar como si tuviéramos años de no platicar, años de no vernos, y aún guardamos en el bolsillo una carta que nunca te dí, una serceto que no mereces.

café con ganas de parís 

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Paty Trigueros

105 lbs, Sagitario, 1m56. Paty Stuff son las cosas que llenan mi agenda, las reseñas y anécdotas que lo recuentan. Hablo español, inglés, francés y spanglish. Me exilié en Francia por cuatro años y al regresar caí en copy publicitario, entre otras cosas. Redacto, escribo, traduzco, me río, tomo mucho café, soy una fumadora de medio tiempo y como como señorita pero tomo caballero.

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